Saber leer y escribir, entender lo que lees, acceder a la información, poder decir y ser escuchado en lo que crees, es un todo.

Este periodo de Pandemia y crisis social no sólo ha evidenciado nuestra precariedad sanitaria, sino que, también, develó la enorme desigualdad en torno al acceso a la información y la cultura.

Muchos reflexionan respecto a cómo hubiera sido este periodo de confinamiento sin los medios tecnológicos. Esos de uso doméstico que disponemos para estar conectados a toda hora, mermando el efecto negativo de mantener la distancia física con los otros. Sin embargo, no son pocos los casos donde se evidencia que la bonanza digital no llega de la misma forma a todo el espectro social y a todos los territorios.

Por el periódico Publimetro, conocimos el caso de Cecilia Cofia, estudiante de 4to año de la carrera de Servicio Social de la Universidad Santo Tomás, sede Osorno. Cecilia, para captar la señal en su celular y participar de las clases on line, debe subir al techo de la casa de sus padres en Chán Chán, localidad de Río Negro en la Provincia de Osorno.  En esta nota de prensa Cecilia agradece la actitud comprensiva de sus profesores y agrega: “Cuando tengo clases en la mañana hay una helada que cala los huesos, así que debo salir bien abrigada y caminar con cuidado ya que me podría resbalar. Por fortuna no ha llovido mucho este año

El Diario La Cuarta de la capital tituló “Mateas se queman las pestañas estudiando arriba del techo” donde da cuenta del caso de Francisca Krause, estudiante de 4to año de Derecho de la Universidad de Tarapacá quien se “conecta” desde la casa de sus padres, en Victoria, Región de la Araucanía. Según el medio la estudiante, desde lo alto de su hogar, declaró que era el único lugar donde podía encontrar una señal que permitiera asistir a las clases on line “Cuando me subo al techo me voy pisando con cuidado en la parte donde están los clavos” agregó.

En Renca, Edwin Sánchez, de 14 años, no tiene internet, su familia ha quedado sin ingresos y la compañía optó por cortar definitivamente el servicio. La actividad lectiva del día la realiza sólo, resolviendo guías de ejercicios entregados por la escuela. Una vez al día recibe el llamado por celular de su profesora que corrige, con él, la guía en la que ha trabajado.

Además del caso de Edwin a través de La Tercera, supimos que en el campamento 21 de mayo, de Colina, Andrea Soto improvisó una pequeña escuelita en su hogar, para sus tres hijos y algunos amigos de ellos. En un cuarto ordenado para tal efecto los reúne y acompaña en sus deberes escolares. A través del whatsapp de su celular descarga las tareas enviadas por los profesores para cada niño o niña “Lo que me llega al celular es lo que puedo compartir con mis hijos, pero igual me tengo que repartir entre las materias de mis tres hijos, y con las labores de la casa se complica estar encima. Además, hay contenidos que no puedo explicarles, porque yo solo tengo octavo básico cumplido

En estas crónicas destacan el empuje, arrojo o persistencia, de cada uno de los protagonistas para superar las dificultades que un medio hostil les impone. Valga decir que, sin duda, es emocionante constatar todas esas actitudes; pero cabe preguntar si acaso, ellos y ellas, más que héroes no son acaso víctimas de una geografía social y cultural que les condena a vivir de las migajas del éxito de unos pocos.

Desde la perspectiva de aquellos que levantan la figura del mérito como el vehículo primordial del éxito obtenido por los justos, estas historias hacen carne la idea romántica de una sociedad de los mejores. Un país hecho por los hijos e hijas del rigor.

Pero la verdad es que más que mérito acá hay sacrificio. Una joven en el techo de su casa, aterida de frío y esperando no pisar mal para caer desde la altura, más que un homenaje debiera generar una disculpa por parte de un sistema que la expone a tal indignidad.

Una madre que desde su escasa escolaridad, acompaña a sus hijos e hijas en el proceso de aprendizaje, turnando el uso de su único celular para que hagan sus deberes escolares no necesita aplausos, necesita justicia.

Se podrá decir que las cuarentenas derivadas de la pandemia, un hecho extraordinario, ocasionan desafíos para los que no estábamos preparados. Pero en un país como el nuestro desde hace mucho tiempo sabemos que son los más pobres, los abandonados a su suerte, los que deben demostrar mérito en cada etapa de su vida; son ellos, siempre, los que más sufren el riesgo y costo de las catástrofes.

Cada una de estas cuatro historias son relatos de sobrevivencia cultural. Cuatro personajes que mendigan información para no dejar de ser parte del sistema. En la cornisa de la inclusión y la exclusión, sobre los techos, pisando allí donde están los clavos para no caer de bruces en el lado de los perdedores.

Sin acceso a la información quedas fuera de la divisa mínima para interactuar socialmente. Sin información no hay certificado de estudios, título técnico o profesional; si antes la cédula de identidad te garantizaba la existencia para acceder a los beneficios del sistema hoy es el diploma el que te habilita para ser alguien y demostrar el mérito que posees para ocupar tu justo lugar.

Si ayer los Prisioneros decían que la educación del liceo municipal no servía porque “a otros enseñaron secretos que a ti no” hoy podríamos decir que a otros dieron la conexión que a ti no.

Saber leer y escribir, entender lo que lees, acceder a la información, poder decir y ser escuchado en lo que crees, es un todo. Un derecho humano y social que debiera ser garantizado para todos, un piso mínimo civilizatorio que Chile, claramente, no está en condiciones de asegurar.

Hace un siglo conocer cuántos de los habitantes de un país sabía leer y escribir, o cuantos iban a la escuela y realizaban operaciones matemáticas básicas, permitía contar con un indicador de desarrollo cultural y potencial económico. Hoy eso lo transformamos en averiguar cuál es el porcentaje de comprensión lectora entre la mayoría alfabeta y, por supuesto, cuantos y cuantas tienen acceso digital; sólo con esa información podremos hacernos una idea del grado de avance, o retroceso, de cualquier sociedad.

Si los gobiernos visionarios de mediados del siglo XIX, buscando más conectividad, cubrieron sus principales calles con lámparas a gas y más tarde eléctricas. Si los estados hicieron sendos esfuerzos por expandir el ferrocarril y el telégrafo, puentes y caminos. Si hace un siglo fundar teatros, escuelas y bibliotecas era sinónimo de avances culturales, en fin. Las sociedades de hoy debieran entender que la conectividad no sólo es necesaria para garantizar el desarrollo económico, sino también un paso decisivo para asegurar una democracia participativa, opinante, colaborativa y de diálogo horizontal.

Quizás la discusión constitucional, esa en donde revisamos nuestras principales convicciones como sociedad, sea una oportunidad inigualable para reparar lo que hemos hecho mal, o lo que dejamos de hacer. Entregando oportunidades, “iluminando” digitalmente las ciudades y los pueblos de Chile. Para que nadie quede fuera, para que nunca más alguien deba subir a un techo y elevar la vista como en actitud de plegaria, para rogar por lo que legítimamente le pertenece y debe tener.

Waldo Carrasco Segura

 

3 COMENTARIOS

  1. Hola:
    Muy interesante el artículo. Desde hace mucho tiempo, he ido pregonando entre mis amigos, clientes,u otras personas que a la gente de este país le hace falta información. El Estado mediante la educación en los colegios no la proporciona, así nos mantiene sometidos y que gracias a ello nos han vapuleado a su antojo. Con la llegada del Internet a muchos hogares y colegios, se está acortando la brecha, lo cual, ya provocó el estallido social. Debiera existir un ramo en los colegios donde se enseñara a pensar e interesarse en el conocimiento, realizando talleres para que los estudiantes aprendan las funciones del cerebro, que para mi, personalmente, es lo que cambió mi vida. Citaré como ejemplo el audio de Earl Nightingale, cuyo título es «El Secreto mas Extraño del Mundo», el cual es de los años 50, con una duración de 42 minutos, logró cambiar mi manera de pensar, no solo a mi, también a algunas personas que compartí este audio y que nos ha permitido derribar mitos y liberarnos de tantos dogmas adquiridos de la familia y nuestro entorno cercano en nuestra infancia y adolescencia. «Nadie es responsable de lo que nos sucede, solo yo», el pero está en que si no tengo conocimiento dado por los que lo conocen y si este conocimiento me llega y no me intereso por ello, iré directo al fracaso.

    • Juan Carlos, gracias por tu comentario y también por compartir una experiencia tan vital. Alcanzar conciencia del conocimiento es un grado mayor de desarrollo que, lamentablemente, es imposible de llegar para quienes no tienen acceso a la información o poco desarrollado su hábito lector. Gracias de nuevo por tu aporte

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