Desde ya hace unas décadas, somos presa de un engaño. Por todas partes, desde la tribuna de los oradores políticos, los papers de los académicos o desde el fervoroso gorjeo de las redes sociales, estamos siendo constantemente bombardeados por una convicción irrefutable: el futuro es digital y no hay posibilidades de desarrollo sino preparamos a nuestra gente para ello.

Es una verdad del porte de una catedral, entonces, ¿Dónde reside el engaño? En creer que “nuestra gente” está preparada para dar ese paso y que basta con invertir en infraestructura y tecnología; de lo que no se han enterado los fervorosos propulsores del alfabetismo digital es que todo el esfuerzo presupuestario, todos los nuevos programas públicos orientados a ese fin, se estrellarán con una dura realidad.

Pensemos sólo en Latinoamérica, el 60% de su población, mayor de 15 años, no comprende lo que lee. Son incapaces de desenvolverse en el ámbito cotidiano haciendo uso de la lectura, o aplicando conocimientos y tomando decisiones a partir de lo leído, no internalizan la información contenida en lo que leen, son: Analfabetos Funcionales.

Veamos unos simples ejemplos para entender de mejor manera lo que afirmamos.

Un analfabeto funcional es una persona que podrá leer, incluso en voz alta, haciendo las pausas y énfasis que la ortografía señala, pero no, necesariamente, será capaz de asimilar toda la información Esa persona no podrá rellenar una solicitud para un puesto de trabajo, entender un contrato, seguir instrucciones escritas, informarse por medio de un artículo de diario, interpretar instrucciones enviadas en un correo electrónico, en fin.

Si presenta problemas para entender textos simples se comprenderá que aún es más difícil que distingan algunas sutilezas del uso del lenguaje, como el sarcasmo, la ironía, las analogías u otras formas similares que enriquecen la manera en que nos expresamos.

Parte del engaño es que creemos que un certificado escolar, emitido por alguna respetable oficina pública, basta para asegurar que alguien es alfabeto. El más grande engaño, sin duda, es para con las mismas personas “alfabetizadas”, que no han sido informadas que la lectura es un hábito adquirido y que, principalmente, deben desarrollar de manera continua. Cualquier individuo que baje la complejidad de sus lecturas o que, simplemente, deje de leer, se volverá en un analfabeto funcional. Los estados debieran crear conciencia de eso, tal como lo hacen para prevenir a la población para que se mantenga sana, vigorosa y adecuadamente alimentada; pero también los gobiernos debieran, de una vez por todas, poner recursos que permitan que un adulto no pierda sus habilidades cognitivas proporcionadas sólo por la lectura.

Alfabetizar digitalmente es necesario, que duda cabe, pero requiere de políticas públicas anteriores que estimulen el desarrollo de nuevos lectores, de manera masiva y efectiva; en particular respecto de los sectores más vulnerables de nuestras sociedades.

Otro supuesto equivocado es creer que el mundo digital es más simple, es posible que sea más inmediato, que nos brinde una cobertura informativa sin precedentes, en especial para los que no somos nativos digitales; pero simple no es, es muy complejo y requiere de usuarios capaces de desenvolverse en él con destrezas ganadas sólo a través de la lectura.

Ante a un computador una persona se ve enfrentada a desafíos como: retener información con mediana rapidez, analizar la misma con igual premura y, muchas veces, discriminar y tomar decisiones en un corto periodo de tiempo. Personas que, con dificultad, pueden comprender instrucciones básicas entregadas en el envoltorio de un medicamento, o un equipo electrónico, tendrán aún mayores dificultades para responder correctamente a estas tareas.

Más de algún lector, a estas alturas, es natural que sea así, se habrá hecho la pregunta en qué nivel de desarrollo de comprensión lectora estamos nosotros mismos o los que nos rodean. Todos tenemos personas que a nuestro alrededor leen poco, otros leen con dificultad, algunos abandonan con facilidad la lectura de textos y otros, directamente, no leen nada.

Bueno, parte importante de este problema es que está oculto y que existen pocos estudios o datos que lo analicen. Hacer invisible el analfabetismo funcional es parte del engaño, vanagloriarnos de nuestros avances en la disminución de cifras de analfabetos absolutos es otra parte y la tercera es creer que la tarea urgente es sólo alfabetizar digitalmente. Ningún Gobierno quiere hacerse cargo de este fracaso y pagar los costos por postergar soluciones en décadas.

Si los Estados quisieran abordar este problema, si de verdad se la jugaran por mejorar los hábitos y la comprensión lectora de su población, deberían echar mano de mucha imaginación y persistencia para mantener sus políticas públicas en un largo período de tiempo. Manteniendo planes y programas de alfabetización de forma permanente, sacando mejor partido a sus bibliotecas, o enlazando la educación laboral continua con planes de Fomento Lector y/o generando cambios institucionales que los adecuen a los nuevos desafíos.

Esto porque gran parte de los planes de alfabetización que se ejecutan, en Latinoamérica por ejemplo, tienen un carácter de emergencia, sin misión o visión de carácter permanente. Tales estrategias, además, están dirigidas a públicos muy específicos: Adultos y Adultos Mayores, de sectores vulnerables y de zonas rurales. Es decir, personas a las que el sistema educativo no fue capaz de atender, excluidos social y territorialmente del quehacer nacional.

Las nuevas estrategias deben variar su enfoque, buscando analfabetos funcionales entre quienes aprobaron sus estudios básicos y de secundaria pero perdieron el hábito lector; o entre profesionales egresados de educación superior que por sus oficios y obligaciones no leen cotidianamente. El analfabetismo funcional se da en el campo y la ciudad pero, convengamos, por una cuestión de volumen, es un fenómeno primordialmente urbano.

Este cuadro permite apreciar que la institucionalidad actual relacionada con el fomento lector, expresada básicamente en el sistema de educación formal, no está preparada para enfrentar este enorme desafío. Los gobiernos deben, primero, sincerar las cosas relevando la existencia de un vasto número de personas que no entienden lo que leen, y segundo, diseñar políticas públicas específicas que atiendan de manera continua este peligro.

Es hora de poner fin al engaño. Sólo entonces, sobre la base de este ejercicio de transparencia, e implementación de nuevas medidas, seremos capaces de enfrentar de mejor manera el desafío del alfabetismo digital.

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