El pasado jueves 29 de mayo, en el marco de la jornada inaugural de la Furia del Libro, fuimos invitados a participar de la presentación de la Colección de Literatura de Terror Infantil del sello Pozo de Arena de la Editorial Plaza de Letras. En la ocasión se realizó una interesante conversación que incluyó preguntas de los asistentes. A continuación compartimos la intervención de Libros y Bibliotecas.

Pozo de Arena, de Edit Plaza de Letras
Pozo de Arena, de Edit Plaza de Letras

La literatura de terror ha sido, durante mucho tiempo, mirada con cierta sospecha cuando se trata de infancia y juventud. Sin embargo, lejos de ser un género perjudicial o inadecuado, el terror en clave literaria puede ser una poderosa herramienta para el desarrollo emocional, cognitivo y creativo de niños y jóvenes. En este contexto, el papel de los mediadores —docentes, bibliotecarios, promotores de lectura, padres— es clave para acompañar, guiar y enriquecer estas experiencias lectoras.

El miedo como emoción legítima

Parece evidente, pero hay que decirlo. Sentir miedo no es una debilidad: es una respuesta emocional natural y necesaria. La literatura de terror permite que niños y jóvenes enfrenten sus temores de forma segura, contenida y simbólica.

A través de narraciones con fantasmas, monstruos o escenarios inquietantes, los lectores jóvenes pueden explorar emociones intensas, verbalizarlas, comprenderlas y aprender a gestionarlas. Es lo que la psicología denomina “afrontamiento simbólico”.

Leer sobre el miedo no solo les ayuda a descubrir que no están solos en sus temores, sino que también les brinda estrategias emocionales para lidiar con lo incierto o lo amenazante. En el fondo, el terror literario ofrece una forma de catarsis: sentir, procesar y liberar el miedo.

El terror como potenciador de la imaginación

Lejos de limitarse a lo oscuro o lo macabro, la literatura de terror suele estar cargada de elementos fantásticos. Casas encantadas, realidades paralelas, bosques con vida propia, criaturas sobrenaturales… Este tipo de narrativas abre la puerta a la imaginación, permitiendo que niños y jóvenes desarrollen mundos internos ricos, creativos y simbólicamente complejos.

Además, al tratarse de géneros que frecuentemente rompen con la lógica cotidiana, estas lecturas estimulan el pensamiento divergente y la capacidad de formular hipótesis, anticipar desenlaces y establecer conexiones simbólicas.

La familia M
La familia M

Construcción de identidad y fortalecimiento del yo

Muchos relatos de terror infantil y juvenil presentan protagonistas que deben enfrentarse a sus miedos, resolver misterios o sobrevivir a desafíos. Estas historias modelan arquetipos de resiliencia, valentía y autonomía. El lector se identifica con personajes que —pese a sus dudas o vulnerabilidades— logran crecer, tomar decisiones, confrontar lo desconocido y salir transformados de la experiencia.

Desde esta perspectiva, el terror se convierte en una metáfora del crecimiento personal. Enfrentar lo extraño (a menudo una representación simbólica de conflictos internos o sociales) es un paso crucial en la formación de la identidad.

Un espacio para explorar lo prohibido o lo no dicho

El terror permite hablar de aquello que muchas veces se silencia: la muerte, la pérdida, la culpa, la rabia, lo incomprendido. En códigos simbólicos, ficcionales y distanciados, estos temas encuentran un canal de expresión. Así, el género ofrece un espacio legítimo para que niños y jóvenes procesen aspectos difíciles o ambiguos de la vida, dentro de un marco narrativo que da forma y sentido a esas emociones.

El ABC del miedo
El ABC del miedo

El rol de los mediadores en la experiencia de lectura

Aquí es donde los mediadores cumplen una función decisiva. No basta con ofrecer libros de terror. Se requiere una labor sensible de acompañamiento, contextualización y diálogo. Algunas claves del rol mediador incluyen:

  • Conocer el desarrollo emocional del lector: No todos los miedos son iguales, ni todos los lectores están preparados para los mismos relatos. Un buen mediador sabe elegir libros acordes a la edad, sensibilidad y etapa de desarrollo de sus lectores.
  • Ofrecer una lectura guiada o compartida: Especialmente en las primeras aproximaciones al terror, es importante leer en voz alta, comentar, preguntar, reír juntos del miedo, desmontar estereotipos. Esta mediación transforma la experiencia solitaria en un proceso de aprendizaje compartido.
  • Validar las emociones que surgen: Algunos niños pueden experimentar ansiedad o incomodidad al leer ciertos pasajes. El mediador debe ofrecer contención emocional, ayudando a poner en palabras lo que se siente y explicando que esas reacciones son naturales.
  • Fomentar la relectura y el análisis crítico: El terror también es un género literario que puede ser estudiado, comentado, vinculado con otras expresiones culturales (cine, videojuegos, mitos). Analizar sus recursos narrativos, sus estructuras o sus metáforas enriquece la comprensión lectora.
  • Elegir obras de calidad literaria: No todo lo que tiene “terror” en su etiqueta es valioso. Hay obras bien escritas, inteligentes, con múltiples capas de sentido, y otras que simplemente repiten fórmulas. El mediador debe fomentar la lectura crítica, estética y reflexiva del género.

Conclusión

El terror en la literatura infantil y juvenil no es un riesgo, sino una oportunidad. Bien acompañado, puede convertirse en una poderosa herramienta de crecimiento emocional, creatividad y construcción de identidad. En un mundo que muchas veces ofrece experiencias superficiales o edulcoradas, estas narraciones permiten a los jóvenes lectores enfrentarse —simbólicamente— a la complejidad de la vida, y descubrir que incluso en medio de la oscuridad, se puede encontrar coraje, belleza y sentido.

Para que esto ocurra, los mediadores deben actuar como guías lúcidos, sensibles y comprometidos. No solo se trata de entregar libros, sino de abrir puertas. Incluso las que crujen un poco al abrirse.

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