Entre nosotros es correcto, y de muy buen gusto, resaltar las bondades de la lectura. Ello tiene que ver con nuestra historia como humanidad, desde siempre y quizás para siempre, la lectura es un símbolo de evolución positiva en lo personal y social. Pero también es considerada como una herramienta de distinción. Quizás sea este último aspecto el que perjudica más a la lectura como instrumento de beneficio social, ser usada como una señal de relevancia y superioridad, de algunos en desmedro de otros. Porque, tal como destacamos la marca de la ropa o del automóvil que compramos, para aparentar, un libro bajo el brazo permite también usar la lectura como un signo de exclusividad y de diferenciación social. Aunque la lectura, desde hace siglos, es sinónimo de difusión y democratización del conocimiento, en la práctica y en grandes sectores del planeta, ella aún está capturada para asentar la influencia y el poder de unos pocos.

Para algunos quizás esto puede parecer la expresión de una historia antigua y lejana a nuestra realidad. Nos dirán que hoy el mundo alfabeto ha vencido al analfabeto y que todos los países exhiben optimistas cifras de reducción de personas que no saben leer ni escribir.

Pero la verdad es que hoy la lectura sigue estando en manos de las élites y es ocupada como un mecanismo de segregación cultural y social. ¿Cómo así? Bueno, por un lado está la existencia del analfabetismo funcional, del que hablaremos más adelante, y por otro el analfabetismo digital. La barrera del acceso a la cultura y el poder no está entre los que saben leer y aquellos que no; sino entre quienes entienden poco lo que leen y los que lo entienden todo; o entre los que entienden lo suficiente para acceder al mundo digital y los que tienen conocimientos insuficientes para sentarse siquiera como usuario frente a un computador.

Promover la lectura, como hace 100 años atrás, sigue siendo una tarea tan civilizadora como democratizante del conocimiento. Trabajamos para que las personas lean, y comprendan más lo que leen, porque permite la formación de ciudadanos y ciudadanas más activas y comprometidas con su entorno social.

La convivencia democrática requiere de personas capaces de dialogar, en códigos e ideas compartidas. La lectura de lo propio, en clave patrimonial e histórica, fomenta el intercambio de ideas sobre planos mínimos de igualdad de conceptos. Reivindicamos la promoción de la lectura en pos de una sociedad donde sus integrantes cuentan con un desarrollado sentido de pertenencia; que se exprese en más participación y deliberación, sobre la base del acceso a la información de manera equitativa y transparente. La sociedad resultante de aquello estará fortalecida y será capaz de generar ambientes de respeto y tolerancia.

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