Lulú y la banalidad del Libro

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Lulú y la sacralización
Lulú y la sacralización del libro

La sacralización del libro es una conducta social que, afortunadamente, se diluye con el pasar de los años. ¿A que nos referimos? Al hecho de asignar a lo escrito un carácter de verdad revelada e incuestionable. Hablamos de esa idea atávica en la que el libro salva, redime y trasciende.

No por nada fue la biblia lo primero que se imprimió de manera “industrial”, la palabra escrita convertida en sentencia sagrada, en código de conducta para la vida pública y privada.  Fue un libro el que contuvo las leyes y, asimismo, las reflexiones de los grandes pensadores sólo fueron imperecederas cuando se les guardó en un libro, o miles de libros.

Por eso mismo nacieron las bibliotecas, para no extraviar el conocimiento, las reglas y las creencias de nuestros antepasados.

Para “no perder el tiempo” buscando nuevas preguntas y respuestas ¿para qué? ¿si nuestros abuelos ya habían hecho eso por nosotros?. Esto es la economía del conocimiento; la negación de los cuestionamientos, para no caer en un derroche innecesario; ese es el pilar del conservadurismo en cualquier sociedad; y usaron los libros para su labor. A veces se les filtraban algunos autores e ideas rebeldes, que pasaban un tiempo por la clandestinidad. Y cuando sus propuestas fueron parte del  sentido común se transformaban también en piedras filosofales del nuevo orden. Y así una y otra vez.

El poder de la palabra, en verdad, es el poder de la palabra escrita.

Si bien las bibliotecas, con todo, han evolucionado hacia una gestión más allá de su primigenia labor de conservar el conocimiento, el áurea del libro como objeto de cultura superior, e irrefutable, se extingue muy lentamente.

Si un polemista u opinólogo cacarea día y noche importa poco, pero si se publica un libro de esas mismas frases sueltas, éstas adquieren relevancia como por encanto. En política ya es habitual que todo candidato, o candidata presidencial, presente su biografía o su programa de gobierno en formato libro. Los periodistas incisivos, o no tanto, también lo usan para que sus investigaciones tengan una permanencia mayor que la frugalidad de los noticieros.

Con la disminución de costos y la diversidad de ofertas, en servicios de edición y publicación, el libro se ha convertido en un medio de expresión más democrático. Escribir y publicar hoy está, por lejos, mucho más al alcance de las personas. Para algunos esto es signo de decadencia “ahora cualquiera puede escribir un libro”, se lamentan. Convengamos que la democratización de la industria del libro implica mayor diversidad temática y eso a algunos les puede parecer la pérdida de la excelencia de lo escrito.

Esta preocupación por la “banalidad” del libro, no es sino un desesperado grito del mundo conservador, que no tolera que la palabra escrita contenga con tanta facilidad miradas revisionistas. La defensa de la “calidad” del libro no es sino la expresión de otra argucia por defender el statu quo político y cultural.

Mucho de eso ha ocurrido estos días por el “escándalo”  a raíz de la venta, en un supermercado, del libro “Las lecciones marivamágicas de Lulú” (Volumen I Constitución, Ciudadanía, Democracia. Alfaguara Infantil) de las escritoras Josefa Araos y June García.

Es evidente que la principal crítica tenía que ver con su “inadecuado contenido para niños y niñas” que afirmaba cuestiones no del todo compartidas por algunos. Esto es que la Dictadura militar se había hecho del poder por medio la fuerza, Esta circunstancia histórica, que para la gran mayoría de nosotros es evidente, a algunos padres y madres espantó por su “crudeza”, considerando que era  un texto infantil. En fin, allá ellos.

La «polémica» tiene mucho que ver con lo que comentamos acá, respecto a la “sacralidad” del libro. He aquí un ejemplo palpable de los temores del mundo conservador chileno. Esto es, que ese relato crítico esté contenido en un libro, cargado de ese halo de veracidad incuestionable. También que sea vendido en un supermercado. Así, al pasar, al alcance de cualquiera. Si tal libro hubiese estado en el anaquel de una anónima librería sería menos “riesgoso” a que sea comprado al lado de juguetes y caramelos para los niños y niñas.

La democratización del libro, la pérdida de la sacralidad del mismo, es la verdadera amenaza para esas miradas conservadoras. Fue eso lo que por estos días les quitó el sueño, ver cómo un objeto, que funcionaba como dique cultural, presenta día a día nuevas fisuras que dejan escapar chorros de diversidad y anhelos de cambio

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