La escritora y directora de la Revista Te Leo, Lilian Flores Guerra, realizó, para ese medio, una entrevista a fondo con la escritora Daniela Catrileo. La compartimos aquí y te invitamos a visitar el enlace al final de ella, para que puedas disfrutar de los interesantes contenidos culturales y de promoción de la lectura de esta publicación digital.

 

Portada Te Leo. Daniela Catrileo
Portada Te Leo. Daniela Catrileo

Poeta, narradora y feminista, Daniela Catrileo destaca por la sensibilidad de su obra poética y narrativa, en la que aborda las heridas del colonialismo y la diáspora mapuche. Ha obtenido los más importantes premios a nivel nacional, como el MOL y en dos oportunidades el Municipal de Santiago. De la escritura lenta, y del valor de la impureza en los textos conversó con Revista Te Leo

  • Escribes y has obtenido importantes reconocimientos tanto en poesía como en narrativa. ¿En cuál de los géneros te sientes más cómoda? ¿Qué libertades creativas te aporta uno respecto de otro?

No escribo porque me sienta más cómoda en un género, ni pienso en uno determinado al comenzar. La forma se me aparece como deriva: en el proceso mismo de escritura, en la indagación. Me interesa explorar, ensayar, trabajar con las imágenes, el ritmo, el equilibrio. Me cuesta pensar los elementos creativos por separado, prefiero la impureza.

  • Has denominado a tu novela Chilco como “un poema extenso que cada vez se fue alargando más”. ¿Cómo aúna esta obra lo poético con lo narrativo?

Chilco mantuvo los momentos líricos desde los que surgió: un ritmo, una cadencia, un movimiento, una escucha atenta. A ese poema extenso le aparecieron personajes, tiempos, atmósferas, diálogos, relatos, archivos, territorios, cuerpos y derivas. De alguna manera, es un tejido de diferentes registros, de distintos puntos, pero cuyo corazón sigue siendo el poema.

  • Desde tu participación en un colectivo feminista mapuche, ¿cómo ha cambiado o no tu mirada sobre el feminismo y la interculturalidad?

El colectivo en el que participo no se denomina feminista mapuche. Más allá de eso, me siguen interesando los feminismos anticoloniales y antirracistas, cuyas epistemologías se sitúan en territorios y pueblos históricamente oprimidos, y aprenden desde esos saberes, con la emancipación común como horizonte. La interculturalidad me interesa en la medida en que sea crítica y desafiante, que convoque a prácticas de encuentro orientadas a reparar injusticias históricas, sin subordinar ni quitar agencia a los pueblos y sujetxs implicadxs.

  • ¿Cómo te ves a ti misma en el panorama actual de la literatura chilena? ¿Sientes que tienes temas y miradas en común con otras escritoras chilenas?

No estoy segura de poder verme en el panorama actual, al menos no desde una mirada objetiva o exterior. Quizás aquí me interesa responder cómo la literatura mapuche se mantiene fecunda en este país, ese es el panorama que se me presenta más cercano. Deseo que sigamos celebrando nuestra sobrevivencia mediante la imaginación, el testimonio y la memoria. Para mí es fundamental el trabajo de Roxana Miranda Rupailaf, Graciela Huinao, Adriana Pinda, Maribel Mora Curriao. Nuestras escrituras se nutren entre sí. También hay voces jóvenes importantes como Sara Aucapan desde Willimapu o Cherie Quidel desde la waria.

En cuanto a los elementos que comparto con escritoras chilenas, mi principal vínculo es la conciencia de clase. Sus escrituras me acompañan, me alientan. Se me aparecen nombres como Nadia Prado, Belén Fernández Llanos, Daniela Acosta, Angélica Panes, Esther Margaritas, Claudia Rodríguez, Arelis Uribe y tantas otras que admiro y leo constantemente.

  • En una entrevista anterior mencionabas la necesidad del tiempo para crear, la lentitud, el dejar macerar los escritos para que alcancen su punto, y sin embargo tú misma eres muy prolífica, con la publicación casi de un título cada año. ¿Cómo se concilia este ideal con una industria editorial que demanda la permanente salida al mercado de más y más títulos?

Escribo varias cosas en paralelo. Esos trabajos se conectan, conversan, se maceran. No han sido procesos rápidos, al contrario. No los apuro. Tampoco publico todo lo que escribo, diría que me dedico más a leer y a borrar que a escribir. En los últimos años han aparecido libros que llevaban mucho tiempo en proceso. Prefiero seguir trabajando la escritura de esa manera, sin ajustarme a los tiempos del mercado.

  • En nuestro número anterior hicimos un reportaje sobre el valor de los premios literarios y tú has obtenido bastantes, dos de ellos el Municipal de Santiago. ¿Cómo ha incidido en tu escritura la obtención de reconocimientos?

Han sido importantes, en la medida en que representan un reconocimiento por parte de pares a quienes admiro, y también como un apoyo económico. Han permitido que mi trabajo se difunda y que personas no necesariamente cercanas a la poesía se atrevan a explorar esas lecturas. Sin embargo, también soy consciente de que toda premiación implica una elección, y por tanto, una exclusión. Hay escrituras valiosas que, lamentablemente, nunca han sido reconocidas.

  • Para un reportaje que hicimos meses atrás sobre literatura y territorio comentaste que te gustaba pensar en coincidencias simbólicas que se engarzan en las obras, como la presencia de la cordillera en el poema o cómo el sonido del mar se transforma en una cadencia. Habiendo nacido y crecido en San Bernardo, en un lugar de la gran urbe que sin embargo mantiene una identidad propia, ¿qué hay de esta ciudad en tu obra? ¿Cómo ha influido en tu literatura la diáspora mapuche, el nacer y crecer lejos de los territorios históricos de tu pueblo?

San Bernardo aparece en varios de mis trabajos: Río herido, El territorio del viaje y Piñen. Y la diáspora es, casi, mi condición existencial: mi territorio ha sido siempre el viaje, el jardín de mi abuelita materna, la voz de mi abuelito paterno, la comunidad en la que creció mi papá, los blocks de mi infancia, mis amigas, el cerro Chena, la ternura de mi mamá, el río Maipo, el colectivo en el que participo. Todos esos componentes son fundamentales en mi trabajo.

Por fortuna, siempre mantuve una conexión cercana con el territorio ancestral, mi familia no ha perdido el vínculo con su comunidad. Persisten los viajes, las visitas, los traspasos. Pero más allá de eso, las zonas liminales me han permitido explorar otras formas del lenguaje y de la creación. Esas contaminaciones son mi punto de partida estético.

Revista Te Leo
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