Es uno de los dibujantes más destacados del panorama chileno. Hijo del connotado ilustrador Oskar Vega y de la artista visual Ana María Encina, desde pequeño hizo suyos los lápices y las acuarelas, y ha sabido imponer su nombre en el bullente medio nacional. De sus logros, proyectos y también de su mirada crítica a la realidad social conversó con Lilian Flores Guerra para Revista Te Leo .

Acabas de publicar Monstruos y dioses del fin del mundo, un nuevo trabajo conjunto con el escritor Francisco Ortega después de Los Fantasmas de Pinochet. ¿Cómo ha sido la experiencia de la colaboración en estas obras?

Disfruto mucho trabajando con Pancho. Somos buenos amigos y tenemos muchos intereses en común y creo que eso potencia nuestros trabajos como tándem. Ambas experiencias fueron intensas y estimulantes, pero radicalmente distintas. Los Fantasmas es una novela gráfica cuyo objetivo es poner en escena el juicio que Pinochet nunca tuvo. Fue un proceso de investigación y producción muy doloroso por su contexto. Fue nuestra «noche oscura del alma» como autores. Alguien dijo que era una «ópera gráfica» más que una novela y tiene sentido porque la trabajamos desde la música. Desde el himno nacional de Chile, pasando por The Wall o por la Historia del Soldado de Stravinski, sobre un soldado que pacta con el diablo y que fue nuestra inspiración faustiana.

Monstruos y Dioses en cambio no es una novela gráfica, sino un libro ilustrado, y lo trabajamos como un divertimento macabro, desde el asombro y la maravilla. Lo abordamos con una mezcla de rigurosidad científica y a la vez de desparpajo infantil. Es un trabajo que disfruté mucho. Si bien es un bestiario, también es una biblia pagana ilustrada del fin del mundo, con su génesis y apocalipsis patagónicos, sus ángeles caídos y su panteón de deidades y aberraciones. Es una carta de amor a la literatura fantástica chilena, Pedro Prado, Carlos Droguett, Manuel Rojas o José Donoso, y a los maestros universales del terror, Poe y Lovecraft, que situaron a sus más aterradoras pesadillas en nuestras latitudes. Pero además de ser un libro objeto, también será una exposición de las ilustraciones que lo conforman, una invitación a transitar literalmente dentro del libro.

Félix Vega. Revista Te Leo Agosto 2024
Félix Vega. Revista Te Leo Agosto 2024
Este mes de septiembre se cumplen 45 años desde la ilustración que tu padre, Oskar Vega, hizo para un Icarito con motivo de la parada militar de 1979. En varias oportunidades has destacado que aprendiste de él para seguir el camino de la narración gráfica. ¿Cómo vives ese legado?

Recuerdo que vivíamos en la Villa Portales cuando fuimos toda la familia a los jardines entre los edificios y pasarelas de hormigón para posar, mientras mi padre nos dibujaba y con su Polaroid nos tomaba fotos de espalda a mi madre, hermanos y vecinos. Él ya tenía la genial idea de esa portada en su mente, pero su nivel de perfeccionismo me impresionaba entonces y lo sigue haciendo hoy en día. De él aprendí ese perfeccionismo y compromiso con la obra propia, así como de mi madre, Ana María, también pintora, aprendí a no temer a los colores y jugar con ellos libremente.

Tardé mucho en poder rescatar los trabajos de mi padre, tanto sus historias de Mampato, Xsé y Kolofón, como también sus pinturas y otras historias menos conocidas e inéditas que estoy recopilando y restaurando para un libro que aparecerá en 2025. Su legado continúa.

Juan Buscamares ha sido traducida al menos a siete idiomas. ¿Consideras que es tu obra de mayor impacto?

Sin duda. Juan Buscamares tiene casi treinta años y sigue llamando la atención de la gente. Tal vez se deba a que plantea que el apocalipsis comenzó con la conquista y depredación cristiana-europea del continente americano y que llevamos más de cinco siglos viviendo en un lento pero inexorable fin del mundo que se desarrolla frente a nuestros ojos, pero no podemos detener. Se ha escrito mucho sobre Juan Buscamares, artículos, análisis y tesis. Puedes entrar a su historia desde diferentes lugares de esta, desde diferentes capas de esa cebolla narrativa y desde diferentes elementos citados y revisitados. Es como un rompecabezas a punto de terminarse de armar, cuyas piezas faltantes están dispersas en la arena, a plena luz del sol, pero dentro de un laberinto.

Entre tus trabajos destaca el que hiciste con la banda de metal Ayreon, para la que realizaste un cómic que es parte de su disco Transitus. ¿Cómo llegaste a colaborar con ellos? ¿Sientes cercanía por ese tipo de música?

Claudio Álvarez, guionista y editor, me comentó que Arjen Lucassen, el cerebro tras Ayreon, estaba buscando a un ilustrador para un nuevo proyecto. Cuando Arjen vio mis ilustraciones quiso trabajar conmigo de inmediato. Yo tenía muchas ganas de ilustrar un cómic con una estética de terror gótico y esa era la oportunidad perfecta. Él me enviaba su guion y los demos con la música para que yo fuera visualizándolo. Fue una gran experiencia, muy divertida.

Me gusta trabajar con música. No puedo vivir sin ella. Desde niño cerraba los ojos escuchando la Obertura 1812 de Tchaikovsky y visualizaba imágenes fantásticas que mi mente creaba a partir de sus notas. Cuando ya era adolescente componía mis propias canciones, pero lo dejé para dedicarme por completo a la historieta, que es muy demandante. Debo confesar que no siento cercanía por ningún tipo de música ni soy seguidor de ningún movimiento en específico. Me gustan obras o músicas de todo tipo. Por ejemplo, puedo mezclar a Ligeti con Rosalía o a Violeta Parra con David Bowie sin problemas, emocionarme con todos y disfrutarlos mucho. Lo que más disfruto no son las melodías ni los ritmos, sino las armonías, las atmósferas y los arreglos instrumentales o las decisiones tomadas en el estudio de grabación. Me gustan las canciones melancólicas o dramáticas, con tonos menores. Admito que casi no voy a conciertos hoy en día. Antes los disfrutaba, pero ahora estoy más viejo y no lo disfruto tanto.

Tu estilo en ilustración se define como fantasía distópica. ¿Qué diferencias y qué similitudes consideras que tiene tu trabajo con lo que se hace en Chile actualmente?

Las similitudes podrían estar en ciertas temáticas de arraigo a nuestra cultura originaria, trabajar con mitologías de nuestro territorio y reversionarlas. Las diferencias son más técnicas; mi trabajo en acuarela es muy orgánico y se aleja de las tendencias digitales en boga. La utilización del color como elemento narrativo y conductor del relato es mi singularidad dentro del medio.

Lo que más me define como artista plástico distópico, paradójicamente, es la utopía de la entropía de mis propias obras. Me encantaría poder ver como el paso del tiempo y los elementos las degradan, descomponen y transforman, como si continuasen vivas y en proceso de auto- creación mucho tiempo después de que yo haya desaparecido. Si tuviera que pertenecer a algo como una corriente o movimiento artístico, este se tendría que llamar Distopismo. Aunque también me gusta Entropismo.

¿Cómo ves la ilustración chilena en estos tiempos? Desde tu experiencia, ¿cómo es vista en el exterior?

Creo que vive un buen momento y se publican muy buenos títulos, pero debo confesar que no estoy muy atento a las nuevas propuestas locales o de otras latitudes. Necesito cierto aislamiento visual para trabajar en mis proyectos, por lo que no soy el más informado al respecto. Cuando viajé a tocar puertas de editores europeos a comienzos de la década de los noventa Chile no existía en lo referente al cómic, ni siquiera para Argentina, que estaba al lado. Hoy, treinta años después, esto ha cambiado mucho. Hoy percibo que la historieta chilena, gracias al esfuerzo de muchas personas que la aman, está logrando un merecido espacio de reconocimiento en otras tierras.

Has dicho en varias oportunidades que Los fantasmas de Pinochet es un juicio simbólico a la figura del dictador y un homenaje a las víctimas, pero como sociedad seguimos atrapados en el legado de esos 17 años. Después de cincuenta años, y tras el fallido intento por cambiar la Constitución, ¿qué posibilidades ves de avanzar hacia un país más justo?

La censura y ocultamiento de parte de los medios hegemónicos a Los Fantasmas de Pinochet en pleno 2021 fue impresionante. Con Pancho Ortega estábamos en shock. Durante la dictadura teníamos a un solo Pinochet y a sus miles de esbirros trabajando para el tirano, pero era un solo tirano. Ahora tenemos en Chile a millones de pequeños Pinochets viviendo dentro de millones de ciudadanos, muchos de los cuales ni siquiera son conscientes de que un pequeño dictador paranoico lleno de miedo y odio se esconde en sus corazones colonizados.Creo que no tenemos ninguna posibilidad de avanzar hacia un país más justo. En el mejor de los casos las cosas no empeorarán aún más, pero creo que todo irá a peor. Toda la elite política sirve a los mismos mezquinos intereses de unos pocos mercaderes y represores. Fingen un supuesto enfrentamiento ideológico para tener cautivas por miedo, convicción o interés a sus respectivas barras bravas en esta eterna pichanga politiquera. Y si alguien con intenciones de cambios y beneficios reales para quienes más padecen llega a un cargo de poder político bajo este orden institucional, tendrá que traicionar sus ideales y a quienes confiaron en sus promesas, y trabajar para las instituciones y los intereses de este orden. De lo contrario terminará preso, mutilado o muerto. Y no podemos pensar en nuestro país sin considerar la geopolítica mundial, y la situación geopolítica actual es abyecta. El retroceso civilizatorio es evidente. Todo apunta a un neocolonialismo carnicero y a un feudalismo transnacional devastador. Por favor sepan disculpar mi pesimismo, pero cuando pienso en lo perverso que se ve el panorama mundial a mediano plazo al menos me alivia no haber tenido hijos biológicos. Aunque espero poder seguir trayendo al mundo hijos de papel.

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