“No soportaron la literatura en vivo”
Hace algunos años, en una vida pasada, fui a un cumpleaños donde había muchos poetas. Yo, mis amigos, mis amigas, éramos estudiantes de literatura latinoamericana. Leíamos a Jameson y Barthes, desmenuzábamos novelas y pensábamos en el romance nacional de Doris Sommer. Esa noche fuimos un grupo aparte, tranquilo, quizá no tan a gusto. En un momento decidimos ir a otro lugar, quizás otro cumpleaños, ya no recuerdo. Y ahí fue cuando ocurrió. Al despedirnos, y cuando hacíamos una sigilosa evacuación del lugar, uno de los poetas presentes dijo o murmuró o gritó o vociferó: “No soportaron la literatura en vivo”
Ese poeta nos dio alimento para reírnos y pelar a los poetas. “No soportaron la literatura en vivo” era como el epitafio que quería tallar en nuestras lápidas de estudiantes borregos que solo teorizan e interpretan, pero que nunca han comido y bebido la carne y la sangre de la literatura. A veces me pregunto si ese poeta le decía esa frase a otros poetas, a modo de insulto o provocación. Quizás esa frase era la antesala de una buena mocha, a combo limpio, entre poetas que abandonaban la cordura para recordarle al otro, a otro poeta, cuál era su lugar en el ring literario.

Recordé esa frase y recordé a ese poeta y recordé a muchos poetas después de leer un libro que me entretuvo muchísimo: La guerrilla literaria y otras escaramuzas, de Faride Zerán, una investigación que se publicó originalmente a principios de la década de 1990 y que en 2023 fue reeditada por el Fondo de Cultura Económica. Esa “guerrilla literaria” fue el nombre que se le dio a una enconada pelea entre los poetas Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo Neruda. Una pelea de pesos pesados. Una pelea de la literatura en vivo.
“Quien quiera sentir el aroma de los lirios, sin oler la pólvora, está ante el libro equivocado”, dice Zerán en el prólogo. Las disputas entre estos tres poetas son de grueso calibre. Golpes bajos, algunos al mentón, otros por la espalda, algunos desde el anonimato, maleteros, otros en conversaciones, la mayoría en intercambios por la prensa, sin anestesia y con mucho veneno. La literatura en vivo puede ser brutal a ratos.
Dice Pablo de Rokha sobre Neruda: «Pablo Neruda es el poeta de lo turbio y lo pegajoso y lo vago y lo agonizante del ser, el poeta de la decadencia burguesa, el poeta de los fermentos y los estercoleros del espíritu y la literatura”.
Dice Vicente Huidobro sobre Pablo de Rokha: “Se cree revolucionario y su actitud es eminentemente antirrevolucionaria, personalista y ególatra”.
Dice Pablo de Rokha a Huidobro: “Ya me aburrió la historia ésta, Vicentillo. Además, yo no soy un cobarde como para pegarle en el suelo a una gallina que cacarea, porque dice que ha puesto un huevo en Europa. ¿Refutar el charquicán de basuras de tus mentiras y tus calumnias? Pero si toda tu obra es mentira y es calumnia y ‘plagio’, literatura de compraventa, ¡oh!, mistificador imprudente…”.
¿Y Neruda? Calleuque el loro, como decían los viejos. Se dice que “Aquí estoy”, un incendiario poema anónimo, fue escrito por él mientras vivía en España. Ahí se lee algo suavecito:
“Cabrones hijos de puta. Hoy ni mañana ni jamás acabaréis conmigo. Tengo llenos de pétalos los testículos, tengo lleno de pájaros el pelo, tengo poesía y vapores cementerios y casas, gente que se ahoga, incendio en mis veinte poemas, en mis semanas y en mis caballerías y me cago en la puta que os mal parió derrokas, patíbulos, vidobros, y aunque escribáis en francés con el retrato de Picasso en las verijas y aunque muy a menudo robéis espejos y llevéis a la venta el retrato de vuestras hermanas, a mí no me alcanzáis ni con anónimos, ni con saliva”.
“Granburgués, te arrodillas junto al muro del panteón de la Academia Sueca, a mendigar… ¡dual amoral impuro! […] Astuto, ruin, tarado, voz gangosa, saqueas a la urss, envilecido con la tremenda mano estropajosa”.