Una alianza pendiente para ampliar derechos
En Chile, más de la mitad de la población adulta enfrenta dificultades para comprender un texto escrito de mediana complejidad. Según la OCDE, un 53 % de los adultos chilenos se sitúa en niveles bajos de competencia lectora, un dato que revela no solo un rezago educativo, sino también una brecha social y cultural que condiciona la participación plena en la vida ciudadana.
Consciente de este escenario, el Estado ha impulsado diversas estrategias para atender a quienes no han completado su trayectoria escolar. Entre ellas destaca el plan de alfabetización “Contigo Aprendo”, que permite certificar el 4º año básico a personas mayores de 15 años. A esto se suma la Educación de Personas Jóvenes y Adultas (EPJA) en sus modalidades regular y flexible, que ofrece la posibilidad de finalizar la enseñanza básica o media. Existen, también, experiencias que nacen desde la sociedad civil, como la organización CreceChile, que prepara a adultos para rendir exámenes equivalentes a la enseñanza media, y un legado importante de programas como Chilecalifica, que en su momento articuló nivelación de estudios y capacitación laboral.
Estas iniciativas son fundamentales. Sin embargo, la magnitud del desafío obliga a pensar en alianzas más amplias y sostenidas, y aquí las bibliotecas —públicas, comunitarias y escolares— podrían jugar un papel decisivo. Aunque parezca evidente este razonamiento no surge de forma automática a la hora de planificar políticas públicas. Los viejos estancos de la burocracia estatal impiden la colaboración al interior del mismo estado, un ejemplo de ello es la falta de sincronía entre la gestión de las bibliotecas públicas y otras agencias del aparato público.
Las bibliotecas son, por definición, espacios de acceso democrático a la información y a la cultura. Su cercanía territorial y su vocación de servicio público las convierten en puntos estratégicos para apoyar la alfabetización de adultos. No se trata solo de prestar libros, sino de ofrecer acompañamiento lector, talleres de escritura funcional, acceso a recursos digitales y mediación cultural que complemente los programas estatales de nivelación. Una biblioteca activa puede transformarse en aula abierta para quienes buscan aprender a leer desde cero o completar sus estudios, brindando un entorno menos estigmatizante y más comunitario que la sala de clases tradicional.
Además, al integrar la labor de las bibliotecas a los programas de alfabetización, se fortalece la idea de que la lectura no es únicamente un requisito escolar, sino una práctica ciudadana, cotidiana y transformadora. Esto permite dar continuidad a los aprendizajes más allá de la certificación formal: quien se inicia en la lectura en un curso puede luego sostener ese hábito en la biblioteca de su barrio, alimentando un círculo virtuoso de aprendizaje permanente.
Chile necesita con urgencia ampliar las oportunidades de regularización de estudios y de alfabetización de adultos. Pero esa urgencia también es una oportunidad: la de repensar a las bibliotecas como aliadas centrales en este desafío, generando una red de apoyo cultural y educativo que haga de la lectura no solo un derecho, sino también un camino para la inclusión social y el desarrollo humano.