Hay una frase que lo resume todo. «Donde pones tu atención, pones tu energía». Y donde pones tu energía, creces, creas, te transformas. Pero ¿qué pasa cuando esa atención no la eliges tú, sino que está secuestrada? ¿Qué pasa cuando cada desliz de dedo en la pantalla entrega un fragmento de tu conciencia a otros?
Ese es el punto de partida de este artículo. Porque hoy, lo que está en juego no es solo nuestro tiempo, ni siquiera nuestras ideas. Lo que está en juego es nuestra capacidad de estar presentes, de tener foco, de elegir qué vida vivir. Lo que está en juego es nuestra atención.
Y aquí aparece un libro como «Fluir (Flow): Una Psicología de la Felicidad», de Mihaly Csikszentmihalyi, que no solo ofrece una teoría, sino una posibilidad. Una alternativa concreta, entrenable, humana, para recuperar el timón de la propia experiencia.
El estado de Flow, cuando somos uno con lo que hacemos
Según Csikszentmihalyi, el estado de flow es una experiencia óptima. Ese momento en que estamos completamente inmersos en una actividad, donde todo fluye, el tiempo se distorsiona, la autoconciencia se disuelve y el placer no viene del resultado, sino de la acción misma. Es cuando «nos convertimos» en lo que estamos haciendo. La mente y el cuerpo se alinean, y todo el ruido se apaga.
Pero no es magia. Flow ocurre cuando se dan ciertas condiciones. Un desafío claro, habilidades acordes, metas definidas, retroalimentación inmediata. Y por sobre todo, una atención voluntaria, profunda, dirigida.
«La calidad de vida depende de cómo usamos la atención, porque lo que vemos, sentimos, pensamos y hacemos está determinado por lo que elegimos prestar atención.»
El enemigo invisible, la entropía mental
Vivimos en una cultura que ha convertido la atención en mercancía. Las plataformas, las marcas, los algoritmos compiten por ella como si fuera oro. Y lo es. Porque quien controla tu atención, controla tu percepción de la realidad.
La hiperconectividad, lejos de potenciar nuestra capacidad de presencia, ha disparado la entropía mental. Pensamientos dispersos, ansiedad basal, saltos constantes entre tareas, falta de foco. Nos cuesta leer libros. Nos cuesta escuchar sin interrumpir. Nos cuesta estar.
Y sin atención, no hay dirección. No hay creatividad. No hay descubrimiento. No hay profundidad. Solo una superficie brillante y fragmentada que simula vida.
Flow como antídoto. Atención con sentido
Lo fascinante del enfoque de Csikszentmihalyi es que propone el flow como un camino para restaurar el control sobre la atención. No desde el autocastigo, ni desde la productividad vacía, sino desde el gozo y la integración.
Flow es una forma de reencantar lo cotidiano. De volver a encontrar sentido en lo que hacemos. Y en ese sentido, es también un camino hacia el propósito.
«El estado de flow implica una concentración tan intensa que se excluyen las distracciones irrelevantes, y la persona se fusiona con la actividad, perdiendo la conciencia de sí misma como entidad separada.»
Cuando estamos en flow. No hay espacio para la ansiedad. No hay cabida para la comparación. No importa cuántos likes recibimos. Solo existe el presente activo, esa danza precisa entre desafío y habilidad. Ese lugar donde estamos vivos de verdad.
Propósito, creatividad y bienestar el trípode perdido
Todos buscan su propósito. Hay libros, cursos, podcasts, gurús que prometen ayudarte a encontrarlo. Pero la mayoría de esos discursos se olvidan de algo fundamental. Sin atención sostenida, no hay búsqueda posible. Porque el propósito no aparece como una revelación mística; se cultiva, se afina, se intuye a través del hacer.
Flow, entonces, es el suelo donde germina el propósito. Y en ese proceso, florece también la creatividad. No la creatividad como don artístico, sino como capacidad humana de resolver, imaginar, construir caminos nuevos. Y desde ahí, brota el bienestar, no como placer momentáneo, sino como una vida con dirección y sentido.
«No se trata solo de hacer lo que amas, sino de aprender a amar lo que haces mientras lo haces.»
Lo que podemos aprender (o recordar)
Leer Flow hoy no es solo leer un libro. Es una oportunidad para recordar que tenemos el derecho y la capacidad de dirigir nuestra atención. Que podemos cultivar experiencias significativas incluso en lo cotidiano. Que no todo tiene que ser útil o rentable para ser valioso.
Flow no es un estado exclusivo para atletas, artistas o monjes zen. Está disponible para cualquiera que se atreva a estar presente. En la lectura, en una conversación, en cocinar, en trabajar con sentido. En decidir.
Y esa es la clave, recuperar la capacidad de decidir a qué le entregamos nuestro foco. Porque eso es, al final, decidir qué tipo de vida vamos a vivir.
Flow no es dopamina por accidente. Es dopamina por diseño interno.
Habitar lo que hacemos
En un mundo donde todo compite por tu atención, elegir en qué enfocarte es un acto de libertad. Y el Flow, como lo propone Csikszentmihalyi, es una de las rutas más profundas, humanas y alcanzables para esa libertad.
Es posible vivir con menos ruido. Con más dirección. Con un propósito que no se predica, sino que se encarna.
Y todo empieza con una decisión simple, pero poderosa. Volver a habitar lo que haces. Volver a ti.
Ahí, justo ahí, comienza el flujo.