Son muchos los que valoran en la propuesta constitucional, que será plebiscitada el próximo 04 de septiembre de 2022, la visibilización de un país hasta ahora oculto en un relato que apelaba a una homogeneidad irreal.
Así es, la construcción del estado-nación, desde la independencia hasta bien entrado el s. XIX, se realizó en torno a una fraseología liberal que uniformaba una realidad territorial y cultural diversa.
Tal relato insufló nuestras constituciones republicanas de los siglos XIX y XX. Muchos defienden, también, esa estructura discursiva y ven ella la base de toda la vida nacional, la esencia del ethos de la República de Chile.
Viene, tras esa afirmación, un centenar de ejemplos respecto a lo útil que tal uniformidad fue para la construcción de la sociedad chilena, especialmente respecto a nuestros países vecinos que deambularon entre caciquismos, dictadores, caudillos y experimentos populistas. De todo ello, se dice, nos habría salvado reconocernos como un Estado centralizado, con una sola bandera, un himno, una policía, un currículum educacional con contenidos iguales en Arica o en Punta Arenas, en fin.
La propuesta de la Convención Constitucional recoge en parte esa tradición institucional decimonónica pero, con aún más fuerza, también rompe sus moldes.
Y es que la estructura discursiva de nuestras constituciones ya no daban el ancho para responder a los requerimientos de un Chile que camina por el s. XXI. La careta se cae a pedazos y pese a la negación de siglos aparecieron con fuerza los pueblos originarios dados por desaparecidos, las mujeres relegadas a ser actrices secundarias de nuestra historia, la diversidades sexuales no solo ignoradas sino también perseguidas, las regiones y sus particularidades, la naturaleza y las amenazas que este modelo de desarrollo cierne sobre ella, etc.
Se abrió un dique y a borbotones fluyó la diferencia, los testimonios que distinguen a unos de otros y las singularidades. La nueva constitución está marcada por el sinceramiento. Algunos, aún en estado de schock, pretenden detener el cambio e intentan reconstruir esa careta hecha jirones, otros esperanzados ven en la turbulencia la oportunidad de construir nuevas certezas.
Y en ese dilema nos encontrará el 04 de septiembre.
En Libros y Bibliotecas nos ubicamos entre aquellos que aprovecharán la oportunidad para sincerar nuestras institucionalidad y las políticas públicas que desde ella se generen. Ya, en enero pasado, presentamos a la Convención Constitucional una iniciativa popular de norma destinada a garantizar el acceso a la lectura para detener el avance del analfabetismo funcional.
Preocupados del abandono que el estado hace hoy del fomento lector en adultos intentamos levantar, en medio de la discusión constitucional, nuestra preocupación. No nos fue bien en la búsqueda de apoyo para esta iniciativa, pero la campaña que realizamos no fue en vano.
La nueva Constitución dice en su artículo 94:
“El Estado fomenta el acceso al libro y al goce de la lectura a través de planes, políticas públicas y programas. Asimismo, incentivará la creación y fortalecimiento de bibliotecas públicas y comunitarias”
Por supuesto la actual Constitución nada dice sobre esta materia y la nueva Carta Magna, como en muchas otras materias, pone de relieve una temática significativa para el desarrollo cultural de Chile. Esperanzados estamos en que el 04 de septiembre sea el inicio de un nuevo país, donde la diversidad no sea una amenaza y la lectura una tarea preferente del Estado.