Una pandemia es una instancia pendular: nuestros pensamientos se debaten entre el presente (sobrevivir), el pasado (recordar) y el futuro (proyectar). La memoria de los animales, de Claire Fuller, es una novela que juega con los tres niveles temporales para tensionar las acciones: cuando todo colapse, ¿sobreviviremos, recordaremos, proyectaremos?

La memoria de los animales entra en mi categoría personal de NSEFDM: novelas sobre el fin del mundo. Todo empieza con una pandemia que amenaza con perturbar el orden. La protagonista, Neffy, se ofrece como voluntaria para participar del ensayo clínico de una vacuna. Pero cuando le inoculan la vacuna entra en un estado febril que la mantiene inconsciente por varios días. Al despertar descubre que una mutación del virus arrasó con la población, salvo otras cuatro personas que iban a participar del ensayo pero que nunca recibieron la vacuna

El mundo exterior se fue al carajo. En el recinto del ensayo clínico aún hay comida y protección. Una de las personas que sobrevive, Leon, tiene un dispositivo para Revisitar, un procedimiento experimental que le permite a algunas personas —como Neffy— “viajar” hacia sus recuerdos de forma vívida, casi real. La protagonista se somete al aparato para recordar a su madre, su padre (Baba) y su novio-hermanastro, Justin.

Esta es, a primera vista, una novela de catástrofe, de fin de mundo, de pandemia, pero eso es solo su caparazón. La memoria de los animales es un relato sobre el poder de la memoria y cómo nuestros recuerdos condicionan nuestro presente y se inmiscuyen con nuestro futuro.

Cuando la mierda nos llegue hasta el cuello, ¿cuál será nuestra preferencia? ¿Padecer el ahora o refugiarnos en un resabio de la memoria que aún habita en nuestras cabezas? Neffy casi se vuelve adicta al Revisitado, y lo sigue haciendo por mucho tiempo. Ella es, quizás, la única persona en el mundo inmune al virus innominado, pero prefiere envolverse en su pasado que salir al exterior a buscar comida

“Me quedo pensando en que una jaula de cristal sigue siendo una jaula”, piensa Neffy en medio de sus cavilaciones, “pero el cristal puede romperse si se tienen el valor y la fuerza suficientes. O quizá no haga falta romperlo, quizá solo haya que encontrar la puerta, abrirla y salir”.

Es inevitable leer esta novela sin volver una y otra vez a los momentos aciagos de 2020. La confusión e incredulidad del comienzo, el instinto de acumulación y abastecimiento, el terror a los otros, los escalofríos frente a un estornudo, la repulsión por el espacio público, el retorno incesante —en nuestra cabeza— a los buenos momentos del pasado. Como cuando estás enfermo y te acuerdas de lo maravilloso que es estar sano.

Eso fue la pandemia: un presente enfermo que nos hacía anhelar un pasado sano, robusto, revitalizador, vigoroso. Pero, ¿era así nuestro pasado?

Al leer La memoria de los animales también recordé otra NSEFDM: Mugre rosa, de Fernanda Trías En ambas hay un anhelo: que este episodio —la pandemia— acabe alguna vez, como si fuera una pesadilla. El problema, nos dicen ambas autoras, es que eso es imposible. Y, como lectores, debemos hacer las paces con esa idea traumática pero inevitable. Solo así podemos sobrevivir

La memoria de los animales, comentario de Patricio Contreras
La Memoria de los Animales

El diccionario de Hipergrafía

Algunas palabras nuevas que aprendí gracias a La memoria de los animales:

Bolardo

Un obstáculo de hierro, piedra, metal o lo que sea, que se coloca en el suelo en la vía pública para evitar que un vehículo pase o se estacione.

  • “Nos separa una callejuela, y si miro a la derecha puedo ver un trocito de la carretera principal con un bolardo que impide el paso del tráfico”.

Repelos

También conocidos como “padrastros”, son pequeños trozos de piel que se forman alrededor de las uñas.

  • “La ventana estaba enrejada, y el profundo olor a sangre, enfermedad y desinfectante me hacía encogerme en la silla y arrancarme los repelos de las uñas”.

Filtrum

Esto lo explica mejor Claire Fuller:

  • “El médico llevaba traje y corbata y su pelo completamente blanco contrastaba con su piel negra. Su filtrum era muy marcado —el surco que une la nariz y el labio superior, uno de los pocos (e inútiles) datos anatómicos que recordaba de la Facultad de Medicina”.

Cetrino

Un color amarillo verdoso:

“La luz era cetrina, del color del té verde de Mamá, y el sonido era como de pequeños arañazos, burbujas y mi propia respiración”.

 

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