Entre mayo y agosto de 2025 leí ocho libros: clásicos, un par de novelas japonesas, y varias referencias al mar y las islas y los desastres naturales. Mi plan de lectura —aleatorio, no premeditado— se vio alterado al sumarme al club de lectura de viajes de Librería Ofqui. Siempre es bueno desviarse, descubrir nuevos autores y leer en comunidad. Si quieres revisar el balance de lecturas de enero a abril de 2025, entra acá.

Hombre invisible
Hombre invisible

El hombre invisible de H. G. Wells fue el segundo clásico del año, un regalo de Feliza para mi cumpleaños (hermosa edición de Alma). Una novela sobre ciencia oscura en su más lúgubre expresión, donde la racionalidad del método da paso al descontrol, la ira y la perdición. En otra palabras: el hombre invisible se convierte en un pelmazo. Este es un libro que primero fue un cuento de 25 mil palabras que después se amplió y fue publicado por entregas en 1897.

El año en que hablamos con el mar es el tercer libro que leo de Andrés Montero, después de Tony Ninguno y La muerte viene estilando. Una isla, dos hermanos: uno viaja por el mundo y el otro nunca sale de ahí. Es la historia de un reencuentro familiar en medio de la pandemia, narrado por una voz colectiva, los habitantes de la isla. Un “nosotros” quitado de bulla, que no quiere importunar, pero que igual es metiche y chismoso. Eso es lo que busco al leer a Montero: ese aroma a oralidad, al habla del día a día.

Apocalipsis para principiantes, de Nicolas Dickner, entró directo a mi categoría personal LSEFDM: libros sobre el fin del mundo. En este caso, el fin del mundo es una idea que acecha a una familia y sus integrantes. Un linaje condenado, generación tras generación, a enloquecer por algo que nunca llega, pese a la certeza irrefutable que se anida en sus mentes. Pese a ese destino aciago, no es una novela sombría; es una historia de crecimiento, que muestra cómo incluso la adolescencia genera preocupaciones mayores que las de un apocalipsis incierto.

Benito Cereno
Benito Cereno

Benito Cereno, de Herman Melville, fue el primer libro que leímos en el club de lectura de viajes de Librería Ofqui, acá en Temuco. Y es también mi primera experiencia con Melville. Un libro complejo, fantasmal, un no-viaje, donde lo impensado sucede, tanto en la vida real —está basado en hechos que ocurrieron frente a las costas de Chile— como en la ficción. Se armó una buena conversación en el club sobre la esclavitud, el carácter de los personajes, la atmósfera agobiante. En este breve video hago una lectura corta de sus primeras páginas.

Al sur del verano es un texto que leí con un cariño especial. Su autor, Sergio Spoerer, es mi compañero en el club de Ofqui, y gentilmente me obsequió su libro. Tengo muchas ideas y poco espacio (ya me explayaré en otra edición). Por ahora diré que es un texto que se nutre de recuerdos y vestigios materiales como fotos, cartas, muchos libros. Y la escritura a ratos es telegráfica, de palabras solitarias y puntos seguidos, destellos del lenguaje. Es como si la pluma de Sergio batallara contra las lagunas del recuerdo. Una sintaxis que se enfrenta a los vacíos de la memoria en esta carta de amor a su padre.

País de nieve, de Yasunari Kawabata, fue el segundo libro que leímos en el club de Ofqui. Mi primera incursión con Kawabata. Su novela tiene un comienzo precioso: un viaje en tren donde la ventana es transparente y reflectante: permite ver hacia afuera, superpone algunos reflejos y, a ratos, se convierte en un espejo que obliga a replegar la mirada hacia el interior del vagón. Esta novela es un romance nacional a la Doris Sommer: Shimamura y Komako son la unión imperfecta y fallida de la ciudad y del campo, de la modernidad —que parece arrasar con todo— y de la tradición. También hice un breve video leyendo sus primeras líneas.

La policía de la memoria
La policía de la memoria

La policía de la memoria, de Yoko Ogawa, es de esos descubrimientos afortunados. Lo leí al mismo tiempo que País de nieve, pero es otra mirada de Japón. Es una novela que me descuadró la cabeza: una isla donde las cosas desaparecen, material y mentalmente. Y la población se mantiene dócil frente a esta situación, menos aquellos que no pueden olvidar. Un libro que no explica muchas cosas y que, sin embargo, funciona. Es la lectura que más disfruté en estos meses

Y, finalmente, Desastres naturales, de Pablo Simonetti, fue la última novela que leí en agosto, parte de mi preparación para la entrevista que tuve con él en la tercera Fiesta del Libro en Temuco. Es una historia cruzada por movimientos: los volcánicos, los familiares, los sexuales. Es como si en cada página todo estuviera a punto de erupcionar, con lava, gritos y éxtasis. Un bildungsroman que sucede en Villarrica, Santiago y Estados Unidos. Está disponible en la Biblioteca Pública Digital.

Se viene el último tercio del año y ya estoy cargadísimo de lecturas y actividades.

Estoy leyendo al mismo tiempo En el camino de Jack Kerouac (loco y a exceso de velocidad), ¿Por qué son tan lindos los caballos?, de Julieta Correa (triste y triste), Pequeños inventarios, de María José Navia (sobre objetos en la literatura), Termush, de Sven Holm (otro para LSEFDM) y Bestiario del miedo, traducido por Lala Toutonian (preparando Halloween).

Además, quedé muy prendido con la actividad en la Fiesta del Libro de Temuco. En octubre estaré en Chillán para hablar de nuevos formatos digitales de publicación en Viñetas Ñuble, las capacitaciones para el ecosistema de narrativa gráfica.

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