EMILIO RAMÓN. Nació en Santiago en 1984. Es escritor, músico, editor y candidato a Doctor en Literatura en la Pontificia Universidad Católica. Ha publicado libros de cuentos, novelas y literatura musical, y es además director de la editorial independiente Santiago-Ander. De sus últimos trabajos literarios y su mirada hacia el espectro literario actual conversó con Revista Te Leo.
Has señalado anteriormente que tu vida creativa gira en torno a tres ejes: la literatura, el cine y la música. ¿Cómo se traspasan estos intereses personales a lo que escribes?
Sí, la literatura, la música y el cine son mis grandes obsesiones, y sería difícil para mí quedarme con solo una de ellas. En el caso de la literatura, he logrado profundizar más al hacer de ella una carrera, tanto como estudiante como autor, y también a través de mi trabajo en la editorial. Por suerte he podido volcar en esta área mi pasión por las otras dos, ya sea en el catálogo de Santiago-Ander o en los libros que he escrito. En mis cuentos y novelas, los personajes tienen gustos musicales muy marcados y muchas veces son impulsados por la música y el cine. No es raro encontrar en mis relatos referencias a películas, obras literarias y canciones.
Mi estilo de escritura también se ve influido por el cine y la música. Del cine, he adoptado una forma de narrar muy visual, por eso mis relatos suelen ser descritos como si fueran escenas de una película, algo que también sucede en mi proceso creativo, ya que al escribir suelo visualizar la historia de esa manera. En cuanto a la música, en particular el punk, me ha dado una escritura más directa y cruda, sin tanto rodeo, buscando siempre llegar al grano y no perderme en adornos innecesarios
Escribes narrativa de ficción y también sobre bandas musicales, pero al mismo tiempo diriges la editorial independiente Santiago-Ander. ¿Cómo impacta tu experiencia como editor en tu labor escritural?
Creo que es algo recíproco, que mi trabajo como editor impacta en mi escritura, pero también mi escritura influye en mi labor editorial. Editando se afina el ojo para detectar y separar lo importante de lo que se puede quitar, y creo que ese es uno de los mayores requisitos para escribir algo bueno: quitar, limpiar. Cuando uno es inexperto a veces molesta que venga un editor y te diga que una parte se puede eliminar, pero con el tiempo se aprende que eso no solo es verdad, sino que es fundamental. Escribir es pulir el texto hasta que cada palabra aporte, hasta que cada palabra sea necesaria. Por otro lado, escribir sobre música también tiene relación con la editorial Santiago-Ander, que dirijo junto a mi socio y amigo Pablo Benavides. Cuando comenzamos con Santiago-Ander, allá por el año 2016, no había otras editoriales publicando sobre música que no fuera la que llenaba estadios. Santiago-Ander demostró que existía un público para escribir sobre punk y música más oscura, de nicho, y eso también fue un incentivo para soltar la pluma sobre la música que a mí me vuela la cabeza.
Tu más reciente libro es De qué hablamos cuando hablamos de apocalipsis, relatos escritos de forma cercana y cotidiana que alojan historias oscuras e intensas. ¿Cómo surgieron estas ideas?
Las ideas surgen de distintos materiales, películas, libros, canciones, carteles, conversaciones oídas al pasar, etc. Los cuentos de este libro, además, no fueron escritos de una vez pensando en publicar un libro, sino que son cuentos que tenía guardados, algunos desde hace varios años, y compilé algunos que tuvieran cierto hilo conductor temático y estilístico para hacer un libro. Siempre he estado de acuerdo con John Cleese, de los Monty Python, que dice que las ideas originales no existen, sino que el choque de dos ideas que no han sido unidas antes, son lo realmente original. Por ejemplo, para el cuento que le da nombre al libro, “De qué hablamos cuando hablamos de apocalipsis”, nace del choque de dos ideas: una, la canción “Bad Moon Rising”, de Creedence Clearwater Revival, que es una canción de ritmo muy alegre, pero con una letra muy oscura, apocalíptica, de fin de mundo. Por otro lado, la referencia, casi parodia, al cuento “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, de Carver. O el cuento “No hay futuro”, que nace de una discusión que escuché acerca del destino, sumado a un artículo que leí en alguna parte acerca de la “rumpología”, luego busqué la palabrita en Google y me pareció muy divertido construir un drama sobre el tema.
En alguna entrevista anterior manifestaste que la escritura lleva al borde del abismo, pero que al mismo tiempo se disfruta. ¿Qué tanto de este vértigo personal permea en tus personajes?
La literatura está plagada de personajes angustiados, confundidos, que bordean el fracaso y está muy bien que sea así. Leer sobre personajes perfectos y exitosos es aburrido. Buscamos en la literatura caminar por el borde del abismo, que los personajes nos lleven donde ellos van. Al menos así lo veo yo, y creo que eso tiene bastante que ver con mi forma de vivir la vida y creo que ese vértigo personal hace a mis personajes más reales, más cercanos. Pueden agradarte o no, lo importante es que estén vivos.
También escribes sobre bandas, y uno de los últimos libros que publicaste es Ramones en 32 canciones, una reinterpretación sobre esta icónica banda punk. ¿Son las bandas musicales agentes promotores de tendencias sociales?, ¿personajes en sí mismos interpretando un rol?
El rock y el punk ya no tienen una importancia social a gran escala. La juventud de hoy tiene otros referentes, influencers, youtubers o artistas con un discurso muy correcto para el momento. Esos referentes no van adelante marcando una tendencia, sino diciendo lo que todos quieren escuchar. Las bandas fundacionales sí tuvieron una gran influencia social, a través de la música era posible pensar en cambiar al mundo, pero hoy todo huele más a pose y autocensura. Por supuesto que hay cientos de bandas honestas haciendo cosas geniales, pero lamentablemente solo se mueven en pequeños nichos, porque el dinero y la falta de riesgo le permite solo a un puñado de bandas descafeinadas acceder a los medios masivos.
De todo músico o banda habrá fanáticos que preferirán algunos trabajos por sobre otros. Al momento de escribir sobre una banda, ¿cómo eliges qué aspectos destacar? ¿la importancia de ciertos discos? ¿Tu relación personal con ellos?
En el caso de “Ramones en 32 canciones” me decidí a escribir sobre ellos cuando estuve seguro de poder decir algo nuevo o, al menos, posicionarme desde un enfoque nuevo. Es un libro organizado a través de sus canciones que, dispuestas de manera cronológica, sirven para ir contando su historia como banda y también como personas desadaptadas que van creciendo y madurando. Las canciones del libro no son necesariamente mis favoritas, sino las que mejor me servían para lograr contar su historia musical y personal. Pero sí, elegir a Ramones para escribir un libro, tiene mucho que ver con mi relación personal con ellos. Fue la primera banda que me voló la cabeza cuando tenía trece años y hasta hoy lo sigue haciendo. Y, bueno, la historia de Ramones es increíble; es muy triste, pero también muy divertida. Podrían sacar una buena película de ahí, aunque tendrían que elegir con pinzas a los actores, porque los Ramones sí que eran unos personajes en carne y hueso.
Volviendo a la narrativa, en Los muertos no escriben abordas el submundo de las editoriales y autores independientes. ¿Por qué es tan necesario transparentar cómo es este círculo?
En este mundo de las editoriales independientes hay de todo, gente buena y muy profesional, pero también harto oportunista y esnob; personas muy talentosas y otras no tanto. Es como en todos los rubros, creo yo. La novela muestra a un grupito de ellos solamente y, por supuesto, hay dosis de caricatura. No creo estar de verdad transparentando este círculo, pero sí abriendo la puerta a un tema que no se había desarrollado en la literatura chilena. De todos modos, creo que, con un buen ojo observador, cualquier círculo humano y profesional donde hay competitividad puede dar para sacar buenas historias.
En tu faceta como autor, ¿cómo te ves en el medio nacional? ¿Hay alguna corriente en la que te sientas inserto? ¿Qué otros referentes destacas?
Es un tema, porque en realidad no siento que encaje en ningún grupo. Siento que hay puntos de conexión con autores y autoras que meten harta música callejera y visualidad en sus historias, como Daniel Hidalgo, Christopher Rosales o Lilian Flores, pero no creo que seamos una corriente o algo así. Hay más autores de Chile que me encantan, aunque no creo que tengamos mucho en común, como Gonzalo Maier, Malu Furche o Rodrigo González. Creo que mi estilo bebe más de referentes de afuera, como Irvine Welsh, Luciano Lamberti o las novelas “El tiempo es un canalla” de Jennifer Egan y “Memorial Device” de David Keenan.
