
Leer ha sido siempre una actividad humana poderosa. Nos conecta con tantas cosas, que estaríamos hablando y escribiendo y leyendo toda la vida y jamás terminaríamos de abarcarlo todo. Y aún así, no leemos. Muchas veces, preferimos hacer muchas más cosas antes de leer. Por supuesto, la cantidad de información a la que podemos acceder es tal que puede agobiarnos en extremo, y el ritmo vital no nos permite entregarnos a goces como la lectura, que nos demandan muchas veces soledad o ensimismamiento.
Una de las complicaciones de los planes de fomento lector (estoy pensando en aquellos enfocados localmente, como ocurre con las iniciativas municipales) tiene que ver con los jóvenes y la desidia o el disgusto por la lectura. Muchos de ellos mencionan que las lecturas complementarias del colegio son algo que les mató el gusto por leer.
¿Cómo puede ocurrir eso?
Démosle un libro a un niño de cuatro años, y veamos cómo interactúa con él. hagamos lo mismo con un niño o niña de cinco o seis años. La fascinación y curiosidad por lo nuevo y desconocido de los niños es su herramienta de descubrir el mundo, de aprender y aprehender.
Cuando las niñas y niños entran al sistema escolar, todo este mecanismo entra en una contradicción tremenda. Ya la forma de aprender es otra, están constantemente siendo presionados, evaluados y medidos en relación a sus pares. Y acá llegamos a la lectura complementaria, que no es más que tomar el objeto libro y utilizarlo para evaluar conocimiento, medir habilidades, por una nota.
Si no se logra que la lectura, dentro del contexto educativo, considere también el goce de la misma, corremos el riesgo de convertir una actividad humana placentera en algo que se hace a regañadientes. En mi trabajo diario, veo niños arrastrados de un brazo entrar a la biblioteca a buscar el libro del mes, niños que desde ese momento asocian el libro a una obligación (Siempre pregunto al padre o madre si van a llevar algún libro para ellos. La respuesta generalmente es que ellos no leen, que van a la biblioteca por los libros de sus hijas e hijos).
Como lector, me pregunto en qué momento llegó la lectura a ser algo cotidiano para mí. En mi caso particular es el ejemplo de mi padre. Nunca lo vi leyendo un libro, pero compraba el diario cada vez que iba al pueblo. A mi hermana y a mí nos leía el Olafo, tira cómica que salía al final del periódico. También compraba condoritos. De esa manera llegó la curiosidad de la lectura, no de una biblioteca fastuosa o lotes de libros a destajo. Era esa situación en la que leíamos y releíamos lo que había solamente.
Volviendo a los niños: ¿Qué es lo que les motiva a leer? No hay una fórmula mágica, pero me atrevo a decir que encontramos varios puntos en común en las historias de algunos lectores.
Primero: la influencia del entorno inmediato. Es importante contar con un espacio social donde la lectura no sea vista como una carga o algo innecesario o incluso perjudicial. No podemos desconocer el hecho de que en algunos contextos de vulnerabilidad hay prioridades que siempre serán más importantes que la cultura o la lectura, y es por ello que es relevante recordar que tanto el acceso a la cultura como al esparcimiento son derechos universales, que nos hacen ser parte de una sociedad y nos permiten formar una identidad. Es vital la percepción de la lectura como una actividad grata. Ver a los adultos leer, verlo como algo cotidiano, entender los espacios de lectura, familiarizarse con las razones de cada uno para leer, nos hace también entender al otro.
El tener acceso a los libros también es importante. Hay libros especiales para aquellos de menos edad, de páginas lavables y resistentes. El acercamiento, el manipular libros a temprana edad hace que los niños y niñas generen una relación de familiaridad con el objeto (no se preocupen, madres y padres, si con esto rajan una hoja o dos, no es el fin del mundo).
También es importante ir constantemente revisando las lecturas complementarias en los colegios. Sabemos que es una labor que constantemente se realiza, y que no es lo mismo incentivar a un lector en potencia, que carece de estímulo lector en su casa, que a alguien que cuenta de alguna manera con este capital cultural. También es relevante la forma en la que se abordan las lecturas. Muchas veces el mismo interés de los alumnos puede darnos pistas de textos que puedan servir.
¿Y las bibliotecas públicas? Si bien éstas no tienen como misión principal apoyar las lecturas complementarias de los colegios, sí es importante que cuenten con los libros de dichas lecturas como parte de sus servicios, en especial si el contexto lo exige (por ejemplo, en lugares donde no hay suficientes libros en las bibliotecas escolares). Por supuesto, todo lo que ocurre alrededor de esas lecturas debe ser relevante, tanto en el espacio mismo de la biblioteca como en la experiencia de la búsqueda de el libro. Queremos que ese niño vuelva por más, más aventuras, más conocimiento, que el lector que existe en todos despierte y no se detenga.