Hay noticias que contienen un universo.
Probablemente viste pasar esta historia en redes sociales, con ese tono anecdótico —a veces excéntrico— que los medios suelen imprimirle.
La podemos resumir así: Bruno Schröder, un ingeniero alemán de 88 años, muere y deja en este mundo una biblioteca de 70 mil libros que acumuló en su casa.
En su momento no le presté mucha atención y solo me fijé en una impresionante foto que acompañó la noticia. Ahí se ve el hogar de Schröder con sus muros tapizados de repisas cuidadosamente ordenadas y un techo en forma de A que también alberga estanterías con un sistema que “sostiene” libros en posiciones imposibles.
La historia de Bruno Schröder volvió a mi cabeza como solo internet sabe hacerlo: a través de la serendipia. Haciendo clic aquí y allá di con la newsletter de libros de Joel Miller, un editor y escritor con 20 años de experiencia.
En una de sus ediciones Miller se preguntó a propósito del caso de Schröder: ¿por qué crear una biblioteca personal?
Resulta que durante su vida este ingeniero amasó probablemente la biblioteca privada más grande de Alemania. Y nadie, ni sus vecinos del pueblo de Mettingen, tenía idea de su existencia.
Por qué y como empezaste a construir tu biblioteca personal?
Eso da pie para que Miller explore las razones por las que construimos nuestras bibliotecas personales. ¿Es por acumular, por herencia y tradición familiar, por trabajo, para recordar quiénes fuimos, para alardear?
Tengo mis pensamientos y posibles respuestas para mi biblioteca personal, pero en esta ocasión también quise incorporar otra experiencia. Paula Riveros lleva años compartiendo sus lecturas en Instagram, en la cuenta @lectorademetro. Si revisas su perfil te intrigará la cantidad de cosas que lee y comparte.
Cada vez que Paula sube una foto de algo que está leyendo o que ya leyó, mi cabeza se imagina el futuro y proyecta un espacio: el estante o el mueble en que ese libro quedará almacenado. ¿Cuántos tiene? ¿Cómo empezó? ¿Tiene lugar aún? Le pregunté a Paula por qué crear una biblioteca personal y esto fue lo que me compartió:
He ido armando mi biblioteca principalmente por placer y en segundo lugar (con muchos menos ejemplares) por estudios. Cuando miro mis libros, pienso en el paso del tiempo y en mi propio crecimiento. Mis libros dan cuenta de momentos específicos en mi historia personal, son un recuerdo del pasado y también un portal al futuro, a todo eso que aún no descubro. Como buena lectora, tengo el mal de acumular más libros de los que puedo leer, y de a poco se han ido apoderando de casi todos los espacios de mi casa. Me hace feliz vivir rodeada de libros.
También hice la pregunta en Twitter y recibí respuestas hermosas.
“Me relaja ver los estantes llenos de libros”.
“Para aprender no una sino muchas veces”.
“Me da placer y paz”.
Y mi favorita: “Para refugiarme en mi casa de mi casa”.
En mi adolescencia no solo me enamoré de los libros: me fasciné con su materialidad, su olor, sus texturas, pliegues y esquinas. Y con el tiempo también me he acostumbrado a leer libros digitales, a subrayarlos, anotarlos. Hace algunos años lo hacía en mi tablet Nexus 9 —que hoy es un vejestorio— y ahora puedo hacerlo en el teléfono, como hice con Sin fallos de Lee Child.
Pero al terminar un libro digital siempre queda una sensación de ausencia.
Un estante digital cabe en el bolsillo y puede llevarse a cualquier lado, pero es muy distinto a un anaquel físico, material, que acumula polvo, papeles, objetos, marcapáginas, libretas, postales, fotos, libros queridos y rechazados.
Hace un año tuve que mover mi biblioteca desde Santiago a Temuco y ese fue el recordatorio de que los libros son más que libros.
Que el conjunto cuenta una historia.
Y que cada ejemplar —incluso los que uno nunca ha leído— contiene y absorbe una porción de mi vida.