Hago este repaso porque este septiembre, en la Fiesta del Libro en Temuco, entrevisté a Pablo Simonetti. Es mi retorno a las entrevistas en vivo con escritores.
Leí Desastres naturales y tengo otros títulos suyos en carpeta, especialmente Madre que estás en los cielos, que ya cumplió dos décadas desde que se publicó. Hice primero un “talado del bosque” (tengo que buscar otra metáfora menos destructiva), leyendo y escuchando entrevistas, buscando un ángulo distinto. Tratando de fabricar un mondadiente. Espero haber preguntado algo diferente.
Tengo mucha claridad de cómo me inicié en el arte de entrevistar escritores. Fue cuando, junto a mis colegas Pablo Espinosa y Nicolás Rojas, creamos el podcast de libros Ojo en Tinta, el año 2011. Esa experiencia me permitió conocer y experimentar hasta el cansancio con el formato de la entrevista. Hasta hoy la mantengo como una escuela de aprendizaje y como un privilegio de lector: poder conversar con personas que escriben libros.
Las primeras entrevistas de Ojo en Tinta fueron curiosas. Cuando el podcast aún no vivía un boom. Grabábamos con un minidisc y un micrófono omnidireccional que capturaba prácticamente todo. La primera fue con el poeta Leonardo Sanhueza, en un café, y al escuchar la grabación se oían las tazas y cucharas de las mesas de al lado. Esa atmósfera accidental le dio un aire genuino —incluso descuidado— al podcast, muy distinto a lo que hoy abunda en el paisaje sonoro.
No sabíamos entonces que el minidisc nos jugaría una mala pasada. La segunda o tercera entrevista fue con Francisco Mouat, a quien admirábamos por su trabajo de cronista, especialmente por El empampado Riquelme. Nos recibió en su estudio en Ñuñoa. Fue una conversación increíble: todo fluyó y aparecieron anécdotas memorables. Pero el minidisc nos falló. Nunca pudimos recuperar el audio. Le escribí a Mouat para avisarle de este desperfecto y su respuesta, colmada de experiencia, me tranquilizó: “No sientas vergüenza, eso no corresponde. Estas cosas ocurren de tarde en tarde, y son fatales. Todos los que hemos usado grabadora tenemos historias en la materia” (correo del 24 de mayo de 2011).
Después vino el salto a la televisión con Ojo en Tinta en canal 13C. Mi primera grabación para el piloto fue con Teresa Calderón, en la laguna de la Quinta Normal. Conversamos arriba de un botecito, mientras yo pedaleaba y preguntaba a la vez. Teresa era encantadora y se sumó a la dinámica. Pero el chirrido del pedal me desconcentraba y traté de moverme lo más lento posible. En algunos momentos quedamos prácticamente estancados en medio del agua. Eso sí fue literatura en vivo: estancada, en problemas.
El paso por televisión me permitió entrenar otros músculos de la entrevista. Una conversación que dura veinte minutos puede reducirse a cinco o seis minutos en el montaje final. Para prepararla hay que devorar la obra, leer, escuchar y ver otras entrevistas, construir preguntas distintas. Y lo que queda al final es apenas una partícula de todo ese universo. Entrevistar a escritores, en todo formato, es como talar un bosque para hacer un mondadientes.
De esos años guardo imágenes muy vivas. Una entrevista a Alberto Fuguet en una agencia de viajes para hablar de Tránsitos, un libraco de crónicas. Encontrarme con Ramón Díaz Eterovic, de noche en Santiago, para hablar de La ciudad está triste y su detective Heredia (cuando se fue se llevó sin querer el micrófono lavalier). La conversación en la casa de Cynthia Rimsky sobre Ramal, bajo el sol de La Chimba. Mi primera entrevista en inglés, con Megan Boyle, en un café de Ñuñoa, hablando de Cómo darle sentido a una vida que no tiene sentido. Y también, en la Plaza de Armas de Santiago, muertos de frío, conversar con Nona Fernández sobre Chilean Electric.
En 2013 tuve la fortuna de entrevistar a Leila Guerriero en un ciclo en la Universidad Alberto Hurtado. Era agosto y hacía frío. La fui a buscar a su hotel, muerto de miedo. Hablamos de su libro Plano americano, una cartografía de perfiles de creadores latinoamericanos. Un tiempo después, en la Feria del Libro de Santiago, Leila presentó Una historia sencilla, ese libro zapateado sobre el malambo. Asistí al lanzamiento pero no le hablé: mi timidez me venció. A los pocos días llegó la sorpresa: Leila me escribió al correo, mencionó que me divisó en la Feria y que quería regalarme el libro. El sueño del pibe.
Hubo un momento en que experimenté con entrevistas por Whatsapp. Intercambios de mensajes de voz que luego convertía en texto o en podcast. Así conversé con Daniel Hidalgo sobre Canciones punk para señoritas autodestructivas, con Gonzalo Maier por Hay un mundo en otra parte, y con Amanda Teillery, autora de La buena educación y Cuánto tiempo viven los perros.
La distancia social de la pandemia me obligó a retomar ese formato epistolar-sonoro. Fue también el inicio de esta newsletter (lo puedes comprobar en el archivo). Conversé con Megan McDowell, traductora al inglés de Alejandro Zambra (Facsímil) y Samantha Schweblin (Fever Dream). Ella me dijo: “Quiero traducir los libros que me conmueven”. Hablé con Antonio Díaz-Oliva sobre La experiencia formativa y una de sus respuestas fue en una carretera desierta, apocalíptica. Y con María José Navia tuve una de las entrevistas más largas que he hecho: semanas de mensajes de voz sobre Kintsugi, Una música futura y Lugar, que además fue el primer audiolibro que escuché.
En pandemia también publiqué entrevistas escritas en el blog de Fundación La Fuente. Con Sara Bertrand hablamos sobre La memoria del bosque, un libro sobre el rito de contar historias. Con Nayareth Pino Luna hablamos sobre Mientras dormías, cantabas, para mí el mejor libro que leí el 2021. Nayareth dejó esta hermosa frase: “Escribir una obra es entregar una ofrenda a la literatura”.
A lo largo de los años he hecho entrevistas por teléfono, por correo, por videollamada, en vivo, en ferias del libro, en cementerios, monasterios, tiendas de vinilos, la cocina de un restaurante peruano, plazas, museos, departamentos, cafés, buhardillas, universidades, bibliotecas. En la hemeroteca de la Biblioteca Nacional entrevisté a Pía Montalva sobre Tejidos blandos y Morir un poco; fue complicado mantener el silencio y nos hicieron callar un par de veces
Algunas frases de todas estas entrevistas han quedado resonando en mi cabeza. Alejandra Costamagna, sobre Imposible salir de la tierra: “Todos mis personajes están un poco torcidos”. Jaime Huenún, al hablar de su libro La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos: “La poesía en sus inicios siempre fue una manifestación comunitaria”. Y Nona Fernández, en la Plaza de Armas, ese día helado de invierno: “La literatura es un espacio para iluminar zonas oscuras de la memoria”.
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- El empampado Riquelme, de Francisco Mouat (sin stock).
- La ciudad está triste, de Ramón Díaz Eterovic.
- Ramal, de Cynthia Rimsky.
- Chilean Electric, de Nona Fernández.
- Plano americano, de Leila Guerriero.
- Una historia sencilla, de Leila Guerriero.
- Tránsitos, de Alberto Fuguet.
- Canciones punk para señoritas autodestructivas, de Daniel Hidalgo.
- Hay un mundo en otra parte, de Gonzalo Maier.
- La buena educación, de Amanda Teillery.
- ¿Cuánto tiempo viven los perros?, de Amanda Teillery.
- Facsímil, de Alejandro Zambra.
- Fever Dream, de Samantha Schweblin.
- Distancia de rescate, de Samantha Schweblin.
- La experiencia formativa, de Antonio Díaz-Oliva.
- Kintsugi, de María José Navia.
- Una música futura, de María José Navia.
- Lugar, de María José Navia (sin stock).
- La memoria del bosque, de Sara Bertrand (sin stock).
- Mientras dormías, cantabas, de Nayareth Pino Luna.
- Imposible salir de la tierra, de Alejandra Costamagna.
- La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos, de Jaime Huenún.
- Tejidos blandos, de Pía Montalva.
- Morir un poco, de Pía Montalva (sin stock).
- Desastres naturales, de Pablo Simonetti.
- Madre que estás en los cielos, de Pablo Simonetti