Patricia Cerda nos recuerda que uno de los personajes principales de su novela, Bajo la Cruz del Sur, Antonio Pigafetta fue aludido por Gabriel García Márquez en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura (1982). El “padre del realismo mágico” deja caer con ironía que el florentino:
escribe una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen”
Y es que en el acta de nacimiento, para el mundo europeo, parece estar patentado que somos una profusa fuente de inspiración. La crónica de Pigafetta es una prueba de ello, el documento sobrevivió a duras penas de las inconveniencias que generó en el seno de la corte de Carlos I de España; afortunadamente, para García Márquez y Patricia Cerda, entre otros.
La autora chileno-alemana nos entrega una novela histórica, casi en formato de bitácora de viaje, marcada por el vaivén de la navegación, el calor de las zonas ecuatoriales, las tormentas, los naufragios, supersticiones, intrigas, celos, venganzas, los glaciares, el hambre, el escorbuto, en fin.
Hablamos de la travesía de la Armada del Moluco que, en dos años, bajo el mando de Hernando de Magallanes en gran parte de su trayecto, navega en un viaje alrededor de todo el globo.
Antonio Pigafetta ha sido comisionado por el Rey como el cronista oficial de la travesía, para registrar cada suceso y cada descubrimiento, cumple su cometido e ingresa a Sevilla junto a los otros 17 sobrevivientes, los primeros circunnavegantes de la historia europea. Son recibidos como argonautas, o como lo fueron siglos después los astronautas, están felices y aliviados; han traído buenas nuevas a la cristiandad, también aumentaron sus arcas personales, atrás quedan los dolores y las penas… porque, como se lee en la fachada de la casa del padre de Pigafetta: no hay rosas sin espinas.
Entregamos a Uds. esta conversación con Patricia Cerda quien, desde Berlín, nos contó sobre sus motivaciones para dar vida a esta epopeya a 500 años de distancia.
LyB