Desde este espacio no hemos sido nunca neutrales y, por favor, recrimínenos si alguna vez siquiera lo parecemos. Trabajamos en torno al acceso de la información y sostenemos con fuerza la idea de que desde una sociedad lectora e informada solo puede emerger una democracia sólida y participativa.
En ese mismo orden de ideas, no podemos sustraernos de la decisión relevante que chilenos y chilenas adoptaremos el 25 de octubre de 2020 próximo. Por primera vez en la historia cada uno de nosotros, sin distinción alguna, podremos generar una Convención Constitucional para crear una nueva Constitución. Tal órgano, además, será paritario. La chilena será, a nivel mundial, la primera Constitución creada en igualdad de condiciones entre hombres y mujeres. También, en un hecho sin precedentes, en ella habrá escaños reservados para los pueblos originarios; todo esto hará de esta carta fundamental la más legítima que hayamos tenido en toda nuestra historia.
Todo eso es lo que decidimos el próximo domingo 25 de octubre. Nadie puede sustraerse de ese evento ni ser neutral frente a este tremendo esfuerzo colectivo.
Hay múltiples motivos para aprobar la creación de una Convención Constitucional y una Nueva Constitución, nosotros queremos referirnos en particular a las posibilidades de avanzar hacia una cultura de la libertad. El día que caminemos hacia los recintos de votación queremos imaginar los libros del futuro, las películas que se harán en ese Chile nuevo; esperamos que ahí seamos todos y todas protagonistas, que nadie sea postergado o invisibilizado.
Las sociedades evolucionan, por lo general, hacia la construcción de mayores espacios de libertad y derechos. Hablamos de esos cambios profundos y duraderos. La sociedad de hoy es distinta a la de nuestros abuelos. Por ejemplo, el derecho a tener y expresar una personalidad cada vez es menos objeto de crítica o motivo de segregación. Hace un tiempo nada más un tatuaje, un pendiente, un aro en la oreja de un hombre, esa camisa demasiado llamativa, esa falda demasiado corta, era objeto de sospecha y ¿por qué no decirlo? También de exclusión.
La última década ha sido testigo de la lucha de las mujeres por ser reconocidas como sujetos políticos y personas con igualdad de derechos. En buenahora la violencia de género recibe condena social y existen leyes que avanzan en la protección de la integridad física de las mujeres.
Hombres que aman a hombres, mujeres que aman a mujeres, personas que aman a personas (debiera bastar con eso ¿no?). Ser homosexual o lesbiana en Chile sigue siendo un riesgo, es cierto, pero no es menos cierto que el lado progresista de la sociedad ha corrido el cerco contra viento y marea.
Pero aún queda tanto por avanzar en la tarea de obtener igualdad de derechos.
Sólo en el último año las personas trans obtuvieron la posibilidad de que el Estado de Chile les reconociera su identidad, que las dignificara con nombre y apellido, algo tan simple para cualquiera que nace en esta tierra, pero que estuvo vedado por décadas a ellas.
A fuerza de movilizaciones, polémicas, irrupción en los medios, libros, obras de teatro, películas, producción audiovisual, performance, pasacalles, hojas sueltas, hojas pegadas en los postes, grafitis en los muros de la ciudad, etc… la sociedad civil, sus creadores y artistas, vociferaron disenso y exigieron libertad y derechos.
Todos, con un impulso colectivo constante, fueron horadando el muro de la sociedad conservadora donde vivimos. Si hoy tenemos más libertad es por nosotros mismos, por esas pequeñas luchas que hicieron parte de la gran pelea.
Pero también estuvieron ahí esos jóvenes que lloraron en sus cuartos, después de ser llamados maricón. O los que hicieron tiempo fuera de casa intentado ocultar sus heridas, tras la golpiza por ser quienes eran. También esas miles de mujeres golpeadas, maltratadas y asesinadas; las niñas violadas y abusadas. La joven mapuche que vivió una doble discriminación, o el joven que debió poner otra comuna en su currículum para obtener un trabajo mal pagado. En fin
Millones de rostros anónimos debieron pasar por horrores para que, desde su dolor, la sociedad aprendiera que cada una de esas condenas sociales no eran propias de nuestra naturaleza humana.
Cada avance conseguido en materia de libertades es un triunfo hecho por ellos. Nuestra sociedad aprendió a golpes y sola, sin una institucionalidad que pudiera protegerla. Sin una constitución que, de verdad, tuviera un enfoque protector de derechos y garante de libertades.
Esto no puede seguir así. Podemos hacer algo completamente diferente, nuevo, revolucionario. Reconocer en la Constitución la diversidad de Chile y garantizar a todos los hijos e hijas de nuestra tierra que nadie será excluido o castigado por ser quien es.
Eso es lo que nos jugamos este 25 de octubre. Tener la posibilidad de crear una nueva institucionalidad acogedora, moderna, respetuosa de las personas, en consonancia con la vocación democrática de nuestra gente. Tomemos esta oportunidad y construyamos un Chile diferente.