En tiempos en donde cada jornada somos sorprendidos por novedades tecnológicas y se nos recuerda, con molestos aspavientos, que la información está en todas partes y todos los formatos, que contamos con posibilidades de acceder a ella con una facilidad nunca antes vista; en estos tiempos digitales, según la UNESCO, hay 773 millones de personas que no saben leer ni escribir. 

El 14% de la población mundial, que ve televisión a diario y que, por tanto, también se entera de las novedades tecnológicas, no tiene posibilidad alguna de disfrutar de esta era digital vertiginosa e integradora.

Sin duda, sería iluso creer que las cifras de alfabetización pueden llegar al 100%, hay un punto en que las políticas públicas de educación y las campañas por promover la lecto-escritura pierden su efectividad. ¿Podríamos hablar de un «analfabetismo estructural»?.

Así ocurre con todos las tareas más complejas de nuestras sociedades, con la delincuencia, los problemas de habitabilidad y vivienda digna, la conectividad, la seguridad alimentaria, los efectos de la crisis climáticas, la cobertura en salud, etc.

Pero si revisamos el listado de factores que «explican» el número de analfabetos por cada región o país, nos daremos cuenta que muchos de ellos tienen que ver con condiciones salvables que, mediante una adecuada toma de decisión de los agentes públicos, ayudaría a disminuir el analfabetismo. Veamos

Sin duda que el principal escollo, en todas partes del globo, es el escaso desarrollo económico. En aquellas zonas donde existen masas de población sometidas, por generaciones, a la pobreza y la exclusión, será más difícil mejorar en materia lectura. La urgencia y sobrevivencia en las familias impide disponer de tiempo para culturizarse, aunque haya buena cobertura educativa o espacios públicos para acceder a la información. La premura de buscar alimento o dedicarse a trabajos precarios hace que niños y niñas salgan del sistema escolar antes de tiempo, para aportar a los escuálidos ingresos familiares.

Lo anterior se comprueba por la brecha económica que se observa entre las regiones del mundo. Mientras en Africa Subsahariana y Asia Meridional-Occidental, el analfabetismo llega al 34% y 27% de la población adulta, respectivamente; en América Latina (6%),  Europa y USA (1%) los porcentajes caen rotundamente.

Los datos específicos por países debieran quitarnos el sueño. En Níger el 70% de sus habitantes adultos no saben leer ni escribir, en Afganistán el 65%. En Bukina Faso sólo el 40% de su población es alfabeta y en Haití el 39% es analfabeta.

Dos tercios de los millones de personas adultas analfabetas en el mundo son mujeres. No podemos olvidar que la cultura y religión de ciertos países niegan la educación a las mujeres, o las limita a instrucción básica y funcional, por lo que fácilmente puede asociarse estas restricciones a esta cifra de analfabetismo con rostro de mujer.

Súmese a esto los modelos de desarrollo que, equivocadamente, abandonan la educación pública y fortalecen las escuelas privadas que, a la larga, sólo acrecientan las desigualdades sociales y el desarrollo lector.

Algunas regiones del mundo aún no han sido capaces de resolver sus barreras lingüistas internas, o han encapsulado a etnias completas, sin acceso a educación o información.

Como vemos estamos muy lejos de resignarnos a tener 700 millones de personas sin saber leer ni escribir. No es posible avalar la tesis de que estamos ante un «analfabetismo estructural«, imposible de reducir. Los gobiernos y los Estados aún tienen muchas tareas por hacer y desafíos que enfrentar.

En esta época de desarrollo tecnológico, de información corriendo rápidamente por las carreteras digitales, aún resulta necesario detenernos en quienes van quedando atrás, sumidos en la oscuridad, excluidos de diálogo social, alejados del desarrollo.

 

 

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