
Hay libros que parece que han existido desde siempre y que seguirán existiendo hasta el fin de los tiempos, junto a las cucarachas y los impuestos. Uno los ve en ferias de libros usados, en librerías de viejos, en ediciones populares, en quioscos, y ahí están, susurrándote, seduciéndote. Quieren que los leas, porque han superado el paso del tiempo y nada puede silenciar el testimonio que contienen. Cumbres borrascosas de Emily Brontë es uno de esos libros.

Cuando me propuse leer clásicos este 2025, sufrí una parálisis de elección. Ya tenía una lista propia y los lectores de Hipergrafía la abultaron aún más. Opté por lo que cualquier lector sano haría: ir a la librería del barrio, examinar con ojo clínico el mesón de clásicos y gastar todo mi sueldo. Casi caí en la tentación de llevar un Walden de editorial Cátedra, pero mi billetera me susurró que no jodiera y que mejor cuidara las finanzas del hogar. La edición Penguin Clásicos de Cumbres borrascosas fue la mejor elección.
No te aburriré describiendo la trama o los personajes o los conflictos o el árbol genealógico o la asfixia de los espacios o la gélida soledad de la campiña inglesa. Para eso existe el Rincón del vago (¿seguirá existiendo?) o ChatGPT. Mientras leía —mientras gozaba— identifiqué tres o cuatro claves de lectura que me hicieron pensar y repensar en cómo una novela escrita hace casi 200 años sigue siendo fascinante. Y, quizás, te sirvan a ti para leer o releer esta obra.
La primera clave es cómo la novela enmarca los relatos: una historia dentro de otra historia que rescata una carta que a la vez recuerda otra historia con un diálogo que evoca otra historia… Como si fuera una artesana en un telar, Emily Brontë teje una misma pieza con distintos colores, e hilvana un conjunto armonioso. Un narrador menos dúctil extraviaría a sus lectores en estos saltos espacio temporales. Es Ellen «Nelly» Dean, la ama de llaves, la que nos toma de la mano y nos cuenta la historia con sofisticación, destreza y la calidez de la que carecen el resto de los personajes.
La segunda clave de lectura es cómo la novela refleja la violencia en los afectos. Cumbres borrascosas es un tratado sobre el amor tóxico. En estas páginas hay insultos, golpes, traiciones, engaños, encierros, rencores, venganzas. Si un personaje quiere a otro, también lo insulta y lo desprecia y lo maldice. “¡Brindo por su inequívoca condena!” dice el canalla de Heathcliff. Si quieres buscar frases pasivo agresivas para lanzar a tus enemigos, esta es tu novela.
Emily Brontë nos legó un manual de cómo describir la acción a través del diálogo. Esta es una novela con pocas descripciones. Las cosas se dan a través de las conversaciones y las discusiones. Cuando alguien golpea a otro debemos deducirlo de sus palabras: del dolor que le provoca. Es una sutileza que nos moviliza como lectores a dibujar estas escenas en nuestras cabezas
Hace algunas ediciones escribí sobre La flor púrpura de Chimamanda Ngozi Adichie y me centré en la sutil y feroz caracterización que hizo de un padre brutal. Ahora que tengo Cumbres borrascosas en la mano siento que Emily Brontë es la maestra de la maldad filial: su personaje Heathcliff es un granuja espeluznante, que odia a todos —incluido a su hijo— y que también se odia a sí mismo.
La mejor semblanza de Heathcliff la formula Edgar Linton en un diálogo con su hija Catherine, que tiene una imagen positiva, pero superficial, del adversario de su padre: “El señor Heathcliff (…) es un hombre de lo más diabólico que goza agraviando y destruyendo a quienes odia apenas se le brinda la menor oportunidad”.
La última clave de lectura —¿la tercera, la cuarta?— es sobre la naturaleza enfermiza de las relaciones. Esta es una novela donde no existe claridad sobre los males que aquejan a los cuerpos. Un enfriamiento se agrava rápidamente tras una discusión; una fiebre culmina con un cadáver bajo tierra. Los malestares físicos se entrelazan con los infortunios emocionales. El desconocimiento médico de la época es retratado con precisión. La fragilidad de la vida es un elemento más del paisaje, como una noche lluviosa o un cuarto helado.
Hay quienes dicen que Charlotte Brontë minimizó el genio creativo de su hermana Emily. Que era inmadura, que era demasiado pasional, que era como una niña. Para mí esta novela es un furioso cuadro de costumbre de un microuniverso familiar. Está escrito con sagacidad, ingenio, elegancia y también intensidad verbal. Acá no hay inmadurez. Acá no hay un resultado fortuito. Es un novelón que todos debemos leer alguna vez.
Desde mis inicios como lector responsable, a principios de este siglo, Cumbres borrascosas pobló mis pensamientos. Sus innumerable portadas reposaban en las librerías de calle San Diego, en las ferias de libros usados y de anticuarios, en las ediciones tipo revista Ercilla. Durante años, incluso décadas, me acechó, esperando. Ahora que lo leí con una calma inusitada para nuestras vidas aceleradas, me alegro de no haberlo hecho antes. Este es un libro que llega —que llegó— a un lector en su debido momento. Y agradezco que así fuera.
