Te quiero invitar a imaginar una locura. Basados en ese refrán que dice: “el aire sólo se echa de menos cuando hace falta” Imagina que nadie, absolutamente nadie sabe leer ni escribir. ¿Cómo lo haríamos? (*)
Nada de libros, mensajes de texto, señales de tránsito, recetas médicas, contratos o instrucciones para armar un mueble o jugar un video juego.
¿Cómo viviríamos? ¿Qué perderíamos? ¿Cómo pensaríamos?
Preguntarse esto es una forma poderosa de entender cuánto nos ha transformado la lectura como especie.
Pensar sin palabras escritas
Sin escritura, el pensamiento quedaría atrapado en la conversación. Solo podríamos compartir lo que nuestra memoria aguante. Nada de anotar ideas para después. Nada de diarios, ni listas de supermercado, ni poemas escondidos en una libreta.
Y eso cambia todo.
Porque escribir y leer no es solo guardar cosas. Es organizarlas, compararlas, conectarlas. Si no pudiéramos escribir, pensaríamos distinto: más inmediato, más emocional, más limitado. Como cuando intentas explicar un problema complicado solo con gestos, sin poder hacer un dibujo ni escribir una palabra. A veces simplemente no se puede.
¿Cómo aprenderíamos?
Los niños aprenderían todo escuchando. Como antes, cuando el saber pasaba de boca en boca. Pero sin libros ni manuales, cada generación tendría que partir casi de cero. No podríamos dejar instrucciones para construir una casa, ni una vacuna, ni una ley de tránsito. No habría ciencia tal como la conocemos, ni historia, ni avances acumulativos.
La acumulación del conocimiento, su traspaso de generación, que es la base de nuestros avances no sería posible. La ciencia sólo sería experiencia circunstancial y los inventos la brillantez de un momento fugaz, guardados quizás, sólo en la capacidad de memoria de una generación.
Una receta de cocina pasaría de la abuela al nieto, pero si alguien olvida un paso, se pierde. Ahora multiplica eso por toda una civilización.
¿Cómo viviríamos juntos?
La lectura también nos permite ponernos en los zapatos del otro. Leer una novela es viajar por la mente de alguien más. Es entender lo que siente una niña huérfana en la India, un viejo pescador en Cuba o una joven que descubre su identidad en las redes sociales. Leer nos hace más empáticos. Nos ayuda a entender el dolor, la alegría, la rabia de otras personas.
La literatura ha permitido, por siglos, construir tipos humanos, conductas colectivas e individuales, que nos hace parte de una misma especie. La humanidad ha sido construida sobre la base acuerdos convencionales que nos imprime a todos sensibilidades, valores, reacciones similares que nos distingue de quienes no son humanos, la literatura de ficción y la otra ha ayudado mucho en aquello. El aporte de la lectura es determinante a la hora de caracterizar los mínimos civilizatorios, por ejemplo.
Sin libros, sin relatos, ¿cómo entenderíamos a quien piensa distinto? ¿Cómo discutiríamos sin insultarnos? ¿Cómo reflexionaríamos sobre el pasado para no repetirlo?
¿Cómo tomaríamos decisiones?
Hoy puedes leer un contrato, un proyecto de ley, una noticia. Puedes estar de acuerdo o no, pero puedes formarte tu propia opinión. Sin lectura, dependes de lo que alguien te cuente. Y ese “alguien” puede manipularte. Porque sin lectura crítica, la democracia se debilita.
Sin lectura tendríamos menos memoria y menos historia. Pensaríamos en corto, nuestra vida sería del momento y la coyuntura, adiós a la responsabilidad social y al compromiso con las generaciones futuras.
Leer es una conquista, por lo mismo no podemos abandonar su defensa y promoción, no se trata de un mero hábito o entretención, es una habilidad social imprescindible para la construcción de un mundo más humano.
(*) Para indagar más sobre este tema recomendamos visitar los siguientes enlaces: